
Por Graciela Guerrero Garay Fotos: De la autora
Conoce todas las bendiciones del agua. En los ojos y las manos guarda el momento primogénito de cuando le robó los secretos a la tierra y ella, sin remedio, le entregó el oro transparente que escondía en sus entrañas. Desde que puso pie en esos montes le cambió la vida. Con el ciclón Flora, en 1963, también llegó su suerte.
Chocolate, Panterita, Negrito y Chuli hacen alardes de guapería cuando llegamos al portón. “Musi” no andaba por ahí. Tampoco Orlando Sarmiento Vidal era el hombre corpulento que imaginé. Salvo las grietas de la piel, encontré al mismo jovenzuelo delgado que con 17 años y una perforadora de catorce toneladas abrió los pozos que hoy abastecen a la ciudad de Las Tunas.
Gesticula. Era un niño y ni pensaba en el destino, pero aquel día se aferró a la idea de irse con su cuñado, quien llegó a Songo La Maya, en Santiago de Cuba, a buscar a su hermano Arquímedes para llevarlo a trabajar a Recursos Hidráulicos.
En Bayamo, donde estaba el departamento de Perforación, el funcionario encargado de ponerlo a trabajar le reprocha que es un niño acabado de nacer, pero no eran momentos de titubeos y decidió probar “al recién nacido”. No imaginó que lo uniría para siempre a la historia del Instituto de Recursos Hidráulicos en Cuba y de manera especial a Las Tunas.
Los recuerdos golpean sus palabras, como si el tiempo no fuera para él otra cosa que el lento movimiento de sus manos y las pausas reiterativas de la memoria. Jamás predestinó que esta sería su última parada en el oriente y la zona de Moliné, en el municipio de Puerto Padre, su ancla eterna.
“Estuve de ayudante como dos años y medio por la zona de Granma, hasta que Las Tunas se puso en mi camino”, dice y se quita la gorra. Se balancea…retiene el suspiro que lo transporta de manera inevitable al pasado:
“Yo llegué aquí a Piedra Hueca hoy por la tarde noche, y en unas horas empezaron las ráfagas del ciclón Flora, pero ya me habían mandado a hacer el pozo. Tuve que bajar la torre porque el viento me iba a virar la perforadora. Cuando pasa todo, comencé a montarla de nuevo.
“Este pozo no dio agua suficiente, lo secaba con la cubeta. Informé que allí no daba agua y entonces me orientaron que hiciera uno a 600 metros más adelante. Tampoco dio nada y Prieto, que era quien me atendía, me indica que mientras llegaba el presupuesto de Bayamo, me parara en una lechería pintada de blanco que había aquí y abriera otro a 600 metros del que había hecho.
“Así lo hice. Mi máquina era la mejor de Cuba, pero muy pesada y entonces le puse un camión Gacito 63 que ni podía con ella, pero ahí chirriando fui a donde estaba la lechería y a 20 metros más o menos, por un lado, la dejé porque creí se me fundiría el ´gacito´”.
EL MILAGRO DEL MANTO
Vuelve a quitarse la gorra y se pasa la mano por la cabeza. Todo viene de golpe. “Eran más o menos las 2:00 de la tarde, y hacía un sol como estos que hacen ahora; y estoy sentado ahí y la máquina estaba trabajando sola, cuando siento un ruido, y me dije, se me cayó la barra, y salí corriendo, desesperado.
“Cuando la paré el agua estaba ahí mismo en la boca y pensé, ay mi madre, me encontré el manto de agua. Y aquello empieza a caer para abajo, y menos mal que me dio por tumbar la torre enseguida. Yo ni
... (... continúa)