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El dolor hace feliz a Yurdelys

El dolor hace feliz a Yurdelys

 

Por Graciela Guerrero Garay     Foto: De la Autora

Antes de partir al vacunatorio deja a Beatriz – su hija mayor- en la escuela y no niega que de alguna manera se le aprieta el pecho. Es difícil para una madre saber que su bebé sentirá dolor y no entenderá muchos años después cuanto de felicidad y tranquilidad encierra ese llanto que, poco a poco, entre besos y paseítos impacientes, cesará al fin.

La pequeña Amanda lleva la misma carita de ángel que trae de cabezas a su papá y hace sentir una niña con juguetes nuevos a Yurdelys. Ni aunque le dijeran, no entendería que la vacuna inyectable contra la poliomielitis la salvará para siempre de una enfermedad viral- infecciosa que afecta el sistema nervioso central, ocasiona parálisis en las extremidades y puede hasta causar la muerte.

En el momento clave hay esa tensión natural y cómplice entre la enfermera, ella y las madres que esperan para inmunizar a sus niñas y niños, los cuales suman más de cuatro mil en Las Tunas y nacieron entre los meses de enero a septiembre del pasado año 2015, donde en su primera etapa la campaña con las gotas antipolio abarcó casi medio millón de infantes en toda la isla.

“Esto es uno de los dolores que me hace feliz”, dice Yurdelys mientras besa una y otra vez a su bebita que cumplirá el año en unos meses, con la tranquilidad de que esta inyección la curará para siempre de un mal que todavía no ha podido erradicarse en el mundo y Cuba, libre ya de esta enfermedad, desde 1952 hasta el 2014 había suministrado unos 83 millones de dosis del preparado a su población infantil apta para recibirlo.

Esta forma inyectable de tener alguna reacción es muy leve, aunque el MINSAP de forma preventiva deja en observación a los infantes y está previsto que en febrero se le aplique a todos los que cumplan cuatro meses de nacidos.

Amanda ya sonríe y Yurdelys emite un suspiro de alivio, pero antes de marcharse a casa reitera a 26Digital que este dolor la hace feliz “porque si no fuera por estas campañas tuviéramos un desvelo más. Amanda lloró un poquito, ya pasó, y regreso a casa convencida de que nunca se me enfermará con la poliomielitis. Una no tiene cómo pagar esta seguridad”.

Las madres que escucharon sus palabras lo afirmaron con un gesto. Y en ese movimiento de cabeza había ternura, gratitud y beneplácito por vivir en una nación que de manera gratuita salva a sus pequeños retoños de 13 enfermedades que les pueden llevar a la muerte.  

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