La divina dualidad de Maritza
Por Graciela Guerrero Garay Fotos: De la Autora
Las musas pueden estarle pinchando el lado izquierdo del pecho mientras cruza una calle, hace los trajines de la casa o se sienta un rato a coger un respiro. Es incansable, tal el fresco viento que la despeinó miles de veces cuando correteaba por la finca de su padre, donde creció y tuvo una infancia feliz. La Morena, un barrio portopadrense, jamás se lo tragará el olvido como tampoco los árboles, las flores y las frutas.
Cuenta y recorre palmo a palmo los asombros provocados por las décimas improvisadas por el hombre a quien le debe todo. Entonces no sabía que eran casi perfectas y las disfrutaba como un dulce bueno que le moldeaba el alma sin tener conciencia de ello. Era una niña y la influencia paterna le hizo amar la música campesina y crecer con esa alegría innata, noble, sencilla y modesta que la convirtió en una mujer querida y especial.
No es posible describir la vida de la profesora, investigadora, poeta y literata Maritza Batista en pocas cuartillas. A los 16 años era maestra primaria y había ganado un lugar como declamadora, aunque quería ser diplomática y se fue a La Habana a estudiar la enseñanza media superior, pero no soportó la lejanía y al regresar se incorporó al magisterio.
“Trabajar con los niños fue maravilloso – dice – y creo que de ahí me nutrí para hoy poder escribir para ellos. La licenciatura en Español y Literatura me exigía leer y dominar géneros como el ensayo, lo cual me ayudó mucho en las investigaciones sobre la décima y mi labor en el Centro Provincial del Libro y la editorial Sanlope”.
Todo un amplio y versátil proceso de aprendizaje, retroalimentación y entrega hacen de esta tunera algo imprescindible en las memorias del realce cultural de Las Tunas y los aportes realizados al mundo de las letras en la provincia y la nación. Sabe de los sinsabores, estrecheces e insatisfacciones que trajo el Período Especial a las editoras locales, pero igual de los aplausos al mantener vivas las colecciones con minilibros de recortería de cartón y ganar primacía con varias convocatorias de concursos nacionales como Cuentos de Amor, La Llama Doble y Toda la Poesía.
El poeta Antonio Gutiérrez, su esposo, es un referente de amor y compenetración con su obra literaria y profesional. “Al casarme con Tony me acerqué más a la poesía. Fui a talleres literarios, conocí autores como Francisco López Sacha, Eduardo Heras León, Pablo Armando Fernández y tantos más que conmovieron mi alma y me llevaron a decidirme a escribir.”
En sus memorias está la colección Principito, ideada por Gutiérrez en los años de duras carencias. Ahí apareció su primer libro para niños, “Chon y sus maravillas”. Fue la etapa de “una sola hoja de papel doblada y pedacitos de cartulina”. Después vino “Maravilla maravilla”, de décimas, y el cuento Zunzún. “Para mí son muy importantes, porque veo como los niños andan con ellos de aquí para allá. Son pequeñitos, sencillos, pero quizás ahí radique el encanto y la pertenecía que tenemos todos con ellos”. Y un suspiro de ternura se escapa de sus labios.
Las nuevas tecnologías refuerzan los sueños de Maritza y otro hilo de felicidad le llena los ojos. En la pasada Feria Internacional del Libro, en cuatricromía, “Cuentos Enanos” le hizo reencontrarse con viejos amigos, ganar otros y sentirse cerca de los niños, algo esencial para ella desde y para siempre.
Estas altas mareas que lleva en el corazón desde La Morena son las que hacen que cautive en sus proyectos comunitarios, los cuales la llevan a las escuelas primarias y regala alegría y conocimientos a los pioneros. Una divina dualidad que la distingue: ser maestra y escritora. Por eso no sabe separarlas porque “un maestro también es un creador y un escritor, a la vez, tiene que ser prácticamente un maestro”.
Así es Maritza Batista…una maga para buscar el tiempo que confiesa le falta por andar en la literatura y en eso de atraparte y dejar la sensación de que tienes que volver a entrevistarla, porque su verso es un verde claro que mira al mundo con ojos buenos, la verdad y amor. Palabras propias que dice en voz alta y una las encuentra, como las flores silvestres y el canto de su infancia, en la fuerte escalera de su vida y su obra.
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