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Lecciones de amor para tiempos de humanos

Lecciones de amor para tiempos de humanos

 

 

Por Graciela Guerrero Garay          Fotos: LLoansy Díaz Guerrero

El legendario 14 de Febrero llegó y se fue. Fuimos a observarlo con el lente del siglo XXI y… La mayoría, al menos los que pecan de las extravagancias de la vanidad, hicieron sus alardes de amor por las esquinas. O exhibieron sus bolsas de regalo. Otros gastaron MMS o saldos que, pocas veces, usan para saber si “XY” amaneció vivo o alivió el tormento que le torcía la cabeza. Es la moda del amor… ¿cómo quedarse afuera de tal grito mundial, tan popular y cacareado desde los tiempos en que Cupido usaba flechas de oro de 22 quilates?

Simulaba que todo el mundo quería a todo el mundo. Eso es bueno, excelente. La hipocresía, la infidelidad, las mentiras, la violencia, la intolerancia, el desgano de los besos cotidianos… se borraron por la magia de San Valentín, el sacerdote que ejercía en Roma en el siglo III, y desobedeció el decreto del emperador Claudio II de prohibir el matrimonio para los jóvenes, pues en su opinión los solteros sin familia eran mejores soldados.

A lo que consideró un injusto mandato, Valentín respondió casando en secreto a parejas de jóvenes enamorados y fue descubierto y encarcelado. El emperador ordenó que lo ejecutaran el 14 de febrero del año 270. La historia cuenta  que el oficial Asterius, encargado de encarcelarlo, trató de ridiculizar al sacerdote y lo retó a devolverle la visión a su hija Julia, ciega de nacimiento.  El santo aceptó y, en nombre del Señor, recuperó la vista.

Nada lo salvó de la muerte y la muchacha, en agradecimiento, plantó  junto a su tumba un almendro de flores rosadas. Desde entonces este árbol es símbolo de amor y amistad duraderos.  La relación de la fecha con Cupido se remonta, también, a la antigua Roma, donde se realizaba la adoración al dios del amor, cuyo nombre griego era Eros y a quien los romanos llamaban Cupido. En estas fiestas cristianizadas al paganismo, se pedían favores al dios y se brindaban regalos y ofrendas para encontrar al enamorado ideal.

Esa es la historia de porqué el mundo celebra el Día de los Enamorados, pero esta historia en pleno siglo XXI tiene otras historias. Resulta que hoy, solo 24 horas después, una mayoría volvió a la rutina. Por mi calle, por ejemplo, los “felicidades” que se escucharon a voz en cuello caducaron o mutaron en los escasos “buenos días” que muy pocos dan, cuando se cruzan en la acera al despertar la mañana. Una conocida vuelve a sentir la acritud del marido porque no estaba listo el pantalón que empeñó ponerse, aún estando otros listos en el escaparate.

María Karla quedó esperando el MMS del empedernido pretendiente, que ayer la despertó a las seis de la mañana. Volví a sentir los gritos de un inquilino cercano, enmudecidos tal vez para “mantener la norma” el día de San Valentín. ¡Cuántas actitudes parecidas se habrán escapado de mi observación y mis vivencias! En fin, a esta altura del vivir en sociedad toiticos los minutos me pregunto lo mismo: ¿por qué somos tan tradicionalistas los humanos, dados a responder con campañas enormes a hechos concretos? Mientras, la cotidianidad nos estruja en la cara  que somos, al parecer, en mayoría, moles de apariencia.

Entonces, aunque quizás muchos no estén de acuerdo conmigo, pienso que si me hubiesen dejado elegir  me hubiera quedado en el escalón inferior de la escala evolutiva. Hablo de ese donde pertenecen mi perra, mis agapornis, mis azulejos, los gorriones que llegan al balcón, los monitos del zoológico, los ositos pandas…en fin, hasta las tediosas hormiguillas que comparten, con una inteligencia increíble, los granitos de azúcar que se riegan por la cocina.

¡Qué manera de sobrarles amor a estos “humanos” de todos los tamaños y colores! Mi Baby, una Husky Siberiana, no hay amanecer que no me de amor en abundancia, pero lo mismo observo en los salchichas de mi vecino Nelson, en el Chiguagua de Loida, en el Chauchau de Julita… me recuerdan la ternura de esa canción infantil … “Mery tiene una ovejita, donde quiera que va Mery….”.

El San Valentín para ellos tiene 365 días, 24 horas y años bisiestos incluidos. No saben de la Letra del Año, ni se hacen Santos ni buscan la Mano de Orula... Nacieron bendecidos y bendicen con su actuar cotidiano. No condicionan su amor a nada, agradecen, viven en armonía, cuidan a su familia, son amistosos con sus congéneres… Mis periquitos, por ejemplo,  se aparean para toda la vida y hay que verlos como se dan el piojito, se besan, alimentan sus pichones… un amor, el verdadero.

A esta altura de mis locas indagaciones creo que vale el Día del Amor y la Amistad, pero me rebelo  a tener que aceptar que la esencia de la vida misma, la especie más inteligente de la escala biológica, entrone sus atributos en 24 horas y después, solo un minuto después marcado en el reloj, olvide las flores, los “te amo”, la mano extendida, el hombro consolador, el abrazo necesario…  ¿Será que nunca me enamoro o que entendí esa frase bíblica que dice “vive todos los días como si fuera el último? 

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