Un sombrero de Camilo Cienfuegos honra la historia local
Texto y Foto Graciela Guerrero Garay
A la memoria de Avelino Guerrero González
El 28 de Octubre siempre será el día de Camilo Cienfuegos en Cuba. Y junto a la amplia sonrisa, el sombrero alón y su carácter jovial andarán los recuerdos de cientos de cubanas y cubanos que lo conocieron, los testimonios, las anécdotas. También se llenarán de flores los ríos y los mares y los jardines le regalarán su perfume a ese hombre que es el Héroe de Yaguajay, el eterno Comandante del Pueblo.
Es inevitable no entrelazar ahora su vida con el combatiente de la Revolución Avelino Guerrero González, aunque tampoco esté físicamente para narrar con voz propia un pasaje imborrable de la historia local y uno de los momentos más atesorados en su larga vehemencia por la Revolución y la lucha clandestina.
Blanca González Ramírez, su compañera de amores y lucha hasta que la muerte le llevó a “Toto”, da el testimonio que vivió junto a él cuando Camilo le regaló su sombrero y le dijo aquellas palabras que fueron un talismán para Avelino desde entonces.
“Cuando bajó Camilo de la Sierra Maestra –cuenta- para organizar la huelga de abril nosotros vivíamos en Cauto del Paso y teníamos allí una botica pequeña. Miguel Capote San Román era el jefe del Movimiento en la zona y ya teníamos contacto con él y nos dedicábamos a muchas actividades para apoyar la lucha.
“Recuerdo que Orlando Lara llegó primero que Camilo y estábamos una noche reunidos para organizar las tareas inmediatas del grupo y dar una información, cuando un comerciante de Río Cauto le trajo un sombrero a Camilo. Era muy parecido a éste que conservó con mucho cariño Avelino y donó luego al Museo Provincial. Cuando Camilo se quita el sombrero para ponerse el nuevo que le regalaron, mira a Avelino y le dice “y este es tuyo, enfermero”.
Esa primavera de abril de 1958 jamás tuvo neblinas en la mente de uno de mis tíos paternos que más nos enseñó a querer la historia del Movimiento 26 de Julio y sentir, con su voz y manos temblorosas por la enfermedad y los años, la sencillez y el calibre humano de uno de los hombres más singulares de la gesta independentista y la victoria definitiva de la Revolución.
Nunca sus ojos dejaron de humedecerse cuando me contaba cada minuto del encuentro y lo escribía en su diario, el cual me dejó al morir para que un día hagas un libro y lo lean mis nietos, como me decía siempre.
La foto de los dos y del sombrero gris de paño tejen añoranzas en las manos de esta mujer incansable, cuando de combatir por su Patria se trata. Toma aire y continúa el relato:
“Fue justamente ese afán de ser, a toda costa, lo que convirtió a Toto en boticario, enfermero y médico, título que le dio el propio Camilo cuando presenció cómo él extrajo del cráneo del combatiente Nené López, herido en el combate de La Estrella, un fragmento de metralla. Allí, en la casa de Miguel Capote, el 4 de mayo, alumbrado con una linterna negra que tenía Camilo, una vez más venció la tenacidad al miedo, la voluntad a la ignorancia, el valor a los riesgos. Y el abrazo del Comandante fueron tan fuertes como sus palabras: “desde hoy tiene el título de Médico”.
“Nunca se lo tomó en serio como profesión. Para él lo único importante era salvar la vida de sus compañeros y ganar la guerra. Aún me parece verlo en su sillón, muy enfermo, y traslucir la emoción que le embargaba compilar los testimonios de sus hermanos de lucha. Así, página a página, acabó su diario”.
La oscuridad no pudo llegar donde está Camilo. Ese sombrero suyo, que usó por mucho tiempo y con orgullo Avelino Guerrero González, le habla de un Comandante intachable y amigo a muchas generaciones de tuneros, desde una urna de cristal en el Museo Mayor General Vicente García. Es memoria viva de los hombres y momentos que, desde las lomas y el intrincado monte, junto a Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, llenaron a Cuba de luz propia y libertad eterna.
Y hoy, cuando octubre late en el alma de la Patria, inmortaliza también la valentía de un hombre común, de origen campesino, que no tuvo otra universidad que las ideas que hacen cadenas interminables de buenos sentimientos. Gracias a ellos, y mi tío Toto, aprendimos y sabemos que hay razones y vidas a las que jamás les alcanza la muerte.
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