Accidentes: coqueteo subliminal de la muerte
Por Graciela Guerrero Garay Fotos: De la Web
Las Tunas- Nos pusimos las manos sobre la cabeza. ¡Cuidadooo!... Por suerte, fue el susto, pero aquella mujer estuvo a punto de ser atropellada por el camión que adelantó, justo en la parada ubicada frente a la Universidad Vladimir I. Lenin, la guagua que intentaba abordar. Era su objetivo y olvidó la prudencia.
De no ser por los eficientes frenos del KAMAZ y la rápida reacción del conductor, estuviera hoy en la triste lista de los fallecidos o lesionados que días, meses y años revelan que los accidentes del tránsito son más que trágicas estadísticas, a veces ocultas a la luz pública por determinados procedimientos burocráticos pero visibles en el luto de las familias, las interrupciones del tráfico en las carreteras y las memorias de celulares y computadoras de los testigos oculares de los hechos, quienes se encargan de difundirlas hasta con las intenciones malsanas de ultrajar el dolor ajeno.
Empero, las cifras no despuntan como lo más importante del asunto. La evasión de conciencia – se me antoja llamarlo- es el meollo. Conducir, para algunos, es una necesidad de adrenalina por la velocidad que llevan en zonas donde las señales advierten del peligro, o delimitan los kilómetros por hora. Para otros, un mero deporte o un “relax” total, léase videocaseteras a cientos de decibeles por segundo o un “dancing light” de última generación, dentro y fuera del vehículo, lo cual desconcentra al chofer y llama a la muerte.
Irresponsabilidad consciente, la cual incluye “besos, alcohol y uso del móvil” en dependencia de la hoja de ruta y el objetivo del viaje. Evidente exaltación del ego, manifiesta cuando violan reglas elementales del Código de Seguridad Vial, establecido en la Ley 109 puesta en vigor el 16 de marzo del 2011 y aprobada el 1 de agosto de 2010 durante el Quinto Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular .
Un problema de actitud ante el desempeño que escogen como empleo, por conducir un equipo sea o no de motor, pero que exige de una aptitud, más que de destreza, digo yo, de cordura y conciencia, de un equilibrio psíquico y un respeto por lo que hacen, porque afecta a terceros con consecuencias irreversibles la mayoría de las veces.
Violar estos principios disparan las estadísticas, pues poco vale que en los puntos de control estén los agentes del orden con la mejor tecnología si los choferes, tal si chiflaran, manejan bajos los afectos del alcohol o, con conocimiento de causa, ponen a rodar los vehículos con los frenos malos o las luces defectuosas. O roban el derecho de vía, adelantan a otros en tramos de riesgos, trasladan cargas sin la protección requerida… en fin, si se sienten dueños de las carreteras y no meditan que son parte y contraparte de la seguridad del tráfico.
El peatón es otra historia. Los ancianos olvidan la lentitud de sus pasos o el uso del bastón y cruzan calles de mucha circulación, como las avenidas de doble sentido, sin sopesar el peligro. Transeúntes de todas las edades caminan inmersos en sus móviles y con audífonos. Los niños juegan pelota y fútbol en cualquier parte y hay quienes atraviesan los caminos por detrás de automóviles parqueados, sin la visibilidad adecuada ni prudencia alguna.
¿Será posible con tanta insensatez reducir los accidentes del tránsito? ¿Se pueden denunciar como razones objetivas y directas del incremento de estos hechos al mal estado de las carreteras y la no señalización de las mismas? Respóndase usted. Para mí está claro que lo relacionado con el tránsito y sus consecuencias es un asunto de conciencia y responsabilidad, que empieza allí donde quienes desean ser choferes van a obtener una licencia de conducción.
Quizás si más que un examen teórico – práctico, se hiciera un estudio profundo del perfil temperamental, psicológico y conductual de los aspirantes y de ahí dependiera el otorgamiento, no escucháramos con tanta frecuencia esa frase de tan mal augurio: ¡mira ese loco como va…!” Publicar o no las cifras no es el problema. Hay que cuestionar porqué es la quinta causa de muerte en Cuba y si de verdad merece ir frente a un timón quien hoy lo hace.
Por la vía vamos y venimos todos. Entonces, somos parte de este grave problema que no es trágico ni perjudicial en una fría tabla de números contables, sino donde dejamos por nuestras incompetencias humanas que la coqueta muerte se aproveche y nos lleve al silencio o llene de eternas cicatrices. Actitud casi siempre es más esencial que aptitud.
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