Benedicto XVI
Una visita bendita y bendecida
Por Graciela Guerrero Garay Fotomontaje Chela
La lluvia siempre ha sido bendición en cualquier tiempo. Señal divina de la primavera, las flores, el fruto y la vida. ¡Y en Cuba llovió, tanto en Santiago de Cuba como en La Habana, cuando la visita del Papa Benedicto XVI!
Para muchos, puede ser quizás un pensamiento pueril y supersticioso. Otra manera más de poner la energía positiva a favor de la Revolución Cubana y tomar cualquier excusa para defenderla de los injustos y diabólicos ataques de que es víctima.
La muestra está, justamente, en la visita del Jefe del Vaticano y máxima jerarquía de la iglesia católica. Su estancia en México no fue ni modo cuestionada y tan llena de expectativas como la de la Isla. Sin embargo, las esencias de ambos viajes y encuentros religiosos con sus pueblos son coincidentes.
Pero no voy a detenerme en estos detalles. Solo quiero hacer notar lo que ya había sentido antes de su llegada: que los cubanos lo recibiríamos con todo el amor y el respeto que nos caracteriza. Con esa cultura que une más allá de puntos de vistas o diferencias de credos. Con la fe católica que por siglos baña nuestra nación y ha sido fuente de unión, humanismo, solidaridad y devoción en geneneraciones de generaciones.
Sabíamos que desde todos los niveles fluiría en paz cada encuentro, porque era una voluntad expresa del Estado y del Gobierno buscar el regocijo para el pueblo y el país. Y ahí estuvo, a ojos vistas de las cámaras de la televisión, cada paso de la visita papal, desde el mismo aeropuerto Antonio Maceo, en el indómito y hospitalario Santiago, hasta su partida por el José Martì, en La Habana, bendecido igualmente por la lluvia.
Fueron tres días que harán nuevamente glorias las páginas del mes de marzo en Cuba. Y aquellos que no quieran quitarse el sombrero, epa, es su voluntad y hay que respetarlo. Ya sabemos por nuestro apóstol que el sol tiene manchas y, por eso, no deja de ser sol.
Pero si algo me alegra desde el fondo de mi alma y le agradezco a Dios es que en estas hermosas y divinas jornadas fuimos lo que somos: un puño firme y compacto. Una sola voz. Un país viril, que enaltece sus colores y que demostró al mundo cuánto ama lo que tiene y está dispuesto a mejorar, aunque cuando se sabe que ninguna obra humana es perfecta y cuesta mucho andar con tantas piedras saltando en el camino.
Y eso es lo que a mí me llena de este encuentro con Benedicto XVI, con nuestro Santo Padre. Es la luz que brota de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, nuestra virgen mambisa. No lo resumo al simple hecho de creer o no creer. Palpo la hidalguía de la nación cubana y esa fuerza interior que la hace única, porque hasta sus confesos enemigos, a mi modo de asimilar lo notable, la resaltan aunque sea desde la esquina malsana del resentimiento o la impotencia. De sus frustraciones o ambiciones. De sus maldiciones y mentiras.
Cuba es y será siempre una canoa. Un arca de Noé y un evangelio. Una vez más su pueblo se levanta y del cielo cae la lluvia, tal cual es… pura, natural y divina. Salvadora.
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