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Eduardo Galeno

Sienten los tuneros consternación por la muerte de Galeano

Sienten los tuneros consternación por la muerte de Galeano

 

Por Graciela Guerrero Garay

La muerte de Eduardo Galeano, uno de los grandes de la Literatura Latinoamericana, siempre andará entre los titulares del alma, donde se guardan los hechos que nunca se ponen amarillos y no necesitan de anuncios en las vidrieras para recordarlos.

Los hombres buenos jamás van al olvido. Por suerte, la inevitable partida nos deja la ausencia pero también la memoria y Eduardo Galeano seguirá “merodeando” –al decir de otro enorme que nunca se fue, Hugo Rafael Chávez Frías-,  y su palabra en tinta, su voz de pueblo, su talento y su historia volarán sobre América Latina y el mundo, tal como lo hacen hoy las letras de José Martí, Mario Benedetti, Che Guevara, Gabriel García Márquez y tantos más, interminablemente nuestros.

Pero eso deja al margen tampoco la consternación y el impacto de la pérdida, que este martes en horas del mediodía se retoma entre el “tú a tú” de los intelectuales tuneros, las tertulias barriales, entre amigos,  y los millones de lectores y admiradores que tuvo en esta Isla y por este Balcón Oriental, donde leer es una tentación tan fuerte como tomar una taza de café.

Los colegas Yelaine Martínez Herrera y Freddy Pérez Pérez  lo exteriorizaban de esta manera: “Sentí ganas de llorar cuando lo supe” –comenta Yelaine- y “Uno bien grande que se nos fue también”, afirmó Freddy. Mientras mi vecina Susana Pérez, con “El libro de los abrazos” (1989),  se me acerca y dice: “Lo guardaba como un tesoro. Ahora te lo regalo. No quiero que me lo recuerde muerto”.

Yo también me resisto a recordarlo allá en la última morada de los vivos, pero le agradezco, con todo, el obsequio a Susana. Galeano tenía la magia de vestirnos de latinoamericanos con orgullo, pertenencia, pasión. Nos llevaba de la mano con sus geniales historias, sus mezclas de amor y memoria, los apuntes imprescindibles, el análisis aleccionador o su corazón abierto…

-Palabras, ¿no le parece que muchas fueron vaciadas de contenido?

-Muchísimas. Proceso, por ejemplo. El diccionario de nuestro tiempo es un libro de puras tradiciones. En el uso que les da a las palabras que nacieron significando otra cosa. Libertad es el nombre de una cárcel de Uruguay. Las barbaridades que se cometen en nombre de la democracia. La palabra “mercado”. Mercado era el lugar de encuentro con los vecinos; era colores, aromas. Y ahora el mercado es una suerte de dios todopoderoso que te vigila y te castiga. (...)1

(1) Tomado de “Las libretitas de Galeano”. Por Miguel Russo.

 

 

 

 

Eduardo Galeano

Eduardo Galeano

Una entrevista y un relato corto para mujeres (y hombres)

Siempre este hombre será referencia obligada, su palabra enseña, su voz es humana. Por eso no puedo evitar la tentación de regalarlo – compartirlo, nunca tendría la osadía de renunciar a sus textos – a mis amigos, a mis lectores, a los jóvenes y a los viejos, a los que creen y multiplican, a los que todavía no aprenden a creer ni a multiplicar.

La amiga Red Virtin me lo envía citando a ese amigo que también es Insurgente, un medio alternativo digital. Aquí les dejo a Galeano, disfrútenlo. Vale todo lo que sea.

(Graciela Guerrero Garay)  Foto: (Adjunta al texto citado)

 

Insurgente.- “La verdad es que tengo mala opinión de los optimistas, de la gente que vende recetas de la felicidad. Cuando escucho "compañeros, la esperanza no se pierde jamás, los pueblos avanzan", yo me pregunto: ¿esa receta se compra en la farmacia? Porque a mí me pasa que la esperanza se me escapa por un agujerito del bolsillo, y después vuelve. Y vuelve fortalecida. Las esperanzas verdaderas son las que desayunan dudas. Las certezas absolutas a mí no me las venden, ya no las creo. Me las vendieron cuando fui chico, en las clases de catecismo, después ya no.”
El relato
"La mujer ejemplar", del libro Bocas del Tiempo
“Vivió obedeciendo el mandato bíblico y a la tradición histórica.
Ella barría, lustraba, enjabonaba, enjuagaba, planchaba, cosía y cocinaba.
A las ocho en punto de la mañana servía el desayuno, con una cucharada de miel para el eterno ardor de garganta de su marido. A las doce en punto servía el almuerzo, consomé, puré de papas, pollo hervido, duraznos en almíbar; y a las ocho en punto la cena, con el mismo menú.
Jamás se atrasó, jamás se adelantó. Comía en silencio porque no era mujer opinativa ni preguntativa, mientras el marido contaba hazañas presentas y pasadas.
Después de la cena, se demoraba lavando lentamente los platos, y entraba en la cama rogando a Dios que él estuviera dormido.
Para entonces ya se habían difundido bastante la máquina lavarropas, la aspiradora eléctrica, y el orgasmo femenino, que habían llegado poco después de la penicilina; pero ella no se enteraba de las novedades.
Sólo escuchaba los radioteatros, y rara vez salía del refugio de paz donde vivía a salvo de la violencia del mundo.
Una tarde, salió. Fue a visitar a una hermana enferma. Cuando regresó, al anochecer, encontró al marido muerto.
Algunos años después, la abnegada confesó que esta historia no había terminado así.
Contó el otro final a un vecino llamado Gerardo Mendive, que se lo contó a un vecino que se lo contó a otro vecino que se lo contó a otro: al volver de la casa de la hermana, ella encontró al marido caído en el suelo, jadeando, bizqueando, la cara de color tomate, y pasó de largo, se metió en la cocina, preparó un inolvidable banquete de calamares en su tinta y merluza a la vasca, con un postre de alta torre de frutas y de helados, todo regado con un vino añejo que tenía escondido, y a las ocho en punto de la noche, como era su deber, sirvió la cena, se hartó de comer y de beber, confirmó que él estaba definitivamente quieto en el suelo, se persignó, se vistió de negro y llamó por teléfono al médico.”

La Entrevista
La Capital (08.03.2009 /  Insurgente
.-

El autor de Las venas abiertas de América Latina, Memoria del fuego y El libro de los abrazos, entre otros libros, se muestra dispuesto al diálogo. Durante la entrevista el escritor uruguayo hablará del valor de la mirada, su dolor por el mundo presente, su esperanza y su desesperanza, su visión de internet y tres de sus pasiones: el fútbol, el amor y la literatura.
"Estamos entrenados para la ceguera y siempre es complicado redescubrir la mirada", advierte Galeano. Y casi sin necesidad de escuchar una pregunta, cuenta algo que vivió no hace mucho. "Poco antes de que mi amigo y compañero del alma, mi perro Morgan, muriera, hace poquito tiempo, me sucedió algo curioso —dice—. Íbamos caminado por la calle, con tristeza, porque tanto él como yo sabíamos que se venía lo peor. Y de pronto, en sentido contrario, vemos que viene caminando, más bien brincando, trotando por el mundo, una niña que no superaba los 11 o 12 años".
El relato de Galeano sigue así: "La niña avanzaba y saludaba a las plantas que encontraba a su paso, «buen día plantita», les decía. Ellas las veía vivas, porque a esa edad somos todos paganos y aún no hemos sido mutilados por una cultura que nos dice qué es lo que podemos ver y qué no, porque uno va a ser confundido, por superstición, por ignorancia. Yo creo que es difícil recuperar esa primera mirada de niños".

— ¿Usted siente que lo logra?

—En algún sentido Miró lo logró con su pintura. Pero los adultos ya estamos muy enfermos. Necesitamos limpiar los ojos de las telarañas que se nos han ido imponiendo. Ya lo dijo Bernard Shaw: "A los 8 años tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela". Y eso es un poco cierto aunque las cosas han mejorado y mucho en relación a cuando Bernard Shaw iba a la escuela.

—Después de un largo recorrido como escritor, sigue dándole apoyo a proyectos independientes —como Otros sentidos— donde, presumo, no participa por dinero. ¿Qué lo moviliza a integrarse en este tipo de propuestas?

—Ah no, a mí me dijeron que yo entraba pobre y salía rico de esta película (risas). Pero hablando en serio, cada vez que se me propone algo en lo que creo, me engancho. Y por suerte el mundo está lleno de posibilidades, más de las que puedo aceptar por una cuestión de tiempo material. Este mundo contemporáneo, tan condenado por la violencia y tan condenado a vivir contra la vida como parece. En cada minuto que transcurre mueren diez niños de hambre o de enfermedades evitables. Y en ese mismo minuto se gastan tres millones de dólares en la industria militar que es la industria de la muerte. Sin dudas, estamos en un mundo al revés. Extrañamente, nuestra especie se ha especializado en el exterminio del prójimo y sin embargo los espacios de creación siguen abiertos. A pesar de la inmensa maquinaria mundial de la manipulación de las conciencias, de la mentira organizada como única verdad posible, a pesar de todo esto por todos lados crecen buenas plantas que merecen ser saludadas, como lo hacía esa niña que cruzamos por la calle con mi perro Morgan.

— ¿Qué sangre siente que está circulando hoy, en 2009, por esas venas abiertas de América latina?

—Hay de todo. Esperanza y desesperanza. Cuando me preguntan si soy optimista siempre pido que me hagan la pregunta con más precisión. ¿A qué hora de qué día soy optimista o pesimista? Soy optimista, pesimista, me caigo y me levanto.

—Bueno, hemos tenido suerte hoy.

—Mire, no crea que soy ninguna garantía (risas). La verdad es que tengo mala opinión de los optimistas, de la gente que vende recetas de la felicidad. Cuando escucho "compañeros la esperanza no se pierde jamás, los pueblos avanzan", yo me pregunto: ¿esa receta se compra en la farmacia? Porque a mí me pasa que la esperanza se me escapa por un agujerito del bolsillo, y después vuelve. Y vuelve fortalecida. Las esperanzas verdaderas son las que desayunan dudas. Las certezas absolutas a mí no me las venden, ya no las creo. Me las vendieron cuando fui chico, en las clases de catecismo, después ya no.

—Usted fue desde siempre un habitante rioplatense, de Uruguay y de Argentina, de ambas orillas. En esta etapa, ¿definió como propio un lugar dónde mejor se conecte con sus cosas?

—Mi idea es que los lugares por sí mismos no existen, existen las personas que los habitan. Lo demás son las tarjetas postales, y nada más. Yo me reconozco en muchos lugares, con las personas. Pero la certeza, como decía, muchas veces se va porque la realidad la lástima. Las que valen la pena son certezas con muchas cicatrices. En cambio, las caras que la pasión humana no marcó, son muñecos, muñecas.

— ¿Cómo vive este momento de revolución comunicacional, impacta en su producción literaria?

—Si hablamos de internet, soy muy prehistórico, y tuve una gran desconfianza a ese sistema durante mucho tiempo. Tenía razones, internet nació de una necesidad militar del Pentágono, para operaciones militares, con fines de muerte. Pero con el tiempo se transformó en otra cosa. Ahora en internet suenan muchas voces que vale la pena escuchar, multiplicad de voces. Se ha vuelto una novedad tecnológica muy positiva. De todos modos, hay que ser cuidadoso porque internet está alfombrada de cáscaras de banana.

— ¿Y cómo es eso?

—Por ejemplo, mi trabajo más felicitado, más laureado, que circula por Internet no me pertenece, y desconozco quién me lo atribuyó. Se llama "Por qué no tengo DVD", que además no es cierto, porque yo sí tengo DVD. Pero ocurren cosas desopilantes cuando algunas personas maravilladas con ese texto me felicitan. A mi me da cierto pudor incluso defraudarlas y suelo no aclararles nada (risas). Pero no soy el único, les ocurre a muchos autores, como a Gabriel García Márquez, que tiene un testamento circulando por internet que no es de él. Y según dijo, cada vez que lo lee le dan ganas de morirse.

—De todos modos, adoptó internet para trabajar y comunicarse.

—Sí, claro, pero no me confundo, una cosa es el violín y otra la mano que lo ejecuta. Creo en las palabras que nacen de la necesidad de decir. Yo busco leer y escuchar las palabras auténticas, verdaderas, que valgan la pena. El medio me importa poco. Por ejemplo soy un gran lector de paredes, y las paredes están ahí desde el principio de los tiempos, cuando todavía no eran paredes y eran sólo rocas como las del Río Pinturas, en Santa Cruz. Esas manos impresas allí son una palabra muy fuerte de esos hombres o mujeres que imprimieron sus manos en una época anterior a todas las épocas (Nota: las manos impresas tienen una antigüedad promedio de 10 mil años). Esas manos dicen "nosotros estuvimos aquí".

— ¿Continúa teniendo vocación por los rincones de las ciudades, por los cafés?

—Sí claro, soy un gran caminante. Las ciudades se leen con los pies, lentamente. Yo soy lento, para todo. Para escribir, para el amor. Lento. Quizá porque nací en el Uruguay que es un país lento. Incluso para el fútbol, el jugador uruguayo recibe la pelota y medita. Pero claro, cuando llega a alguna conclusión, ya le han sacado la pelota. Pero es nuestro modo de ser.

—Serán lentos, pero también implacables para poner la pierna...

—Pero cuidado, porque hay una confusión. En la actualidad el fútbol uruguayo no está muy bien, hay que reconocerlo. Pero eso de poner pierna fuerte no es una tradición desde siempre del fútbol de mi país. Se confunde entre patada y coraje, como si la garra charrúa consistiera en violar todos los artículos del Código penal. Se trata de una confusión nueva, casi reciente.

—Digamos que tiene algunas décadas, por lo menos.

—Si repasamos la hazaña de 1950, el triunfo sobre Brasil en el Maracaná, en la final del campeonato del mundo, veremos que Uruguay no pegó en aquel partido. Si repasamos las estadísticas, Brasil cometió el doble de faltas que Uruguay en aquella final, incluso teniendo en cuenta que era Brasil el que ganaba el partido 1 a 0, para luego perderlo 2 a 1. Así que esa confusión la crearon lo que yo llamo los ideólogos del fútbol, los que anteriormente gritaban "métale, métale" y ahora gritan "mátelo, mátelo".
 

ENTREVISTA A EDUARDO GALEANO

ENTREVISTA  A  EDUARDO GALEANO

Tuve el agrado de recibir esta elocuente entrevista, enviada desde los amigos de la Virtin Red Informativa, publicada en Página12.com.ar.

Espero la disfruten como yo, por eso la dejo en sus manos.

Gracias a los colegas que nos tienen en cuenta para estos grandes convites de la palabra de los grandes. La reproduzco tal como me llegó. Pienso que es una excelente invitación para estos días de diciembre. Nuevamente, Gracias.

(Graciela Guerrero Garay)  Foto: Tomada del mismo texto.

 

“También soy la suma de mis metidas de pata”

Dos escritores, viejos amigos y ambos uruguayos, hablando de literatura, política, historia y esa eterna cuestión, cómo y hasta dónde se puede cambiar el mundo.

 

Por Jorge Majfud

 

I Pasado

–Una visión humanista considera la historia como un producto humano, producto de la libertad de sus individuos y de los diversos grupos que la han realizado e interpretado. Una visión antihumanista afirma que, por el contrario, esos individuos y esos grupos son el resultado de la historia misma y su libertad es una ilusión. Si me permití una limitación artificial dentro de este posible espectro, ¿dónde se situaría?

–Por lo que tengo caminado y escuchado, me da la impresión de que nosotros hacemos la historia que nos hace. Cuando la historia que hacemos nos sale más bien chueca, o es usurpada por los pocos que entre nosotros mandan, decimos que ella, la historia, tiene la culpa.

–En esta visión no hay lugar para el determinismo materialista o para algún tipo de fatalismo religioso...

–Los fatalismos son cómodos, te permiten dormir a pata suelta, el destino está escrito en los astros, la historia camina sola, no te amargues, hay que aceptar o aceptar. Los fatalismos mienten, porque si la vida no es una aventura de la libertad, que alguien venga y me explique si vale la pena vivir. Pero ojo: también mienten los iluminados, los elegidos que se atribuyen el poder de cambiar la realidad tocándola con su varita mágica: y si la realidad no me obedece, no me merece.

–Si el tiempo de las revoluciones modernas, es decir, de las revoluciones abruptas y violentas ha pasado, ¿es la progresión o la resistencia la mejor alternativa en nuestro tiempo?

–Andá a saber cuántos mundos hay dentro del mundo, y cuántos tiempos dentro del tiempo. La historia camina con nuestras piernas, pero a veces anda a paso muy lento, y a veces parece quieta. De todos modos, cuando los cambios vienen de abajo, desde lo hondo, a la corta o a la larga ellos encuentran su camino, al ritmo que quieren o pueden. Desde abajo, digo, desde el pie, como cantó Zitarrosa. Lo único que se hace desde arriba son los pozos.

–En tu último libro, Espejos, realizás un esfuerzo al mismo tiempo creativo y arqueológico sobre un vasto espacio geográfico y temporal. ¿Qué períodos de la historia crees que se llevarían el premio mayor a la crueldad y la injusticia?

–Hay demasiados favoritos en ese campeonato.

–Bueno, más puntual, ¿podrías resumir la crueldad en una imagen, en una situación que te ha tocado vivir?

–Me ocurrió hace años, en un camión que atravesaba la selva del Alto Paraná. Salvo yo, era toda gente de ese mapa. Nadie hablaba. Ibamos muy apretados, en la caja del camión, a los tumbos. A mi lado, una mujer muy pobre, con un bebé en brazos. El bebé ardía de fiebre, se quejaba. Ella sólo dijo que precisaba un médico, que en alguna parte tenía que haber un médico. Y por fin llegamos a alguna parte, no sé cuántas horas habían pasado, hacía mucho que el bebé no se quejaba. Ayudé a que aquella mujer bajara del camión. Cuando recogí el bebé, vi que estaba muerto. El asesino que había cometido esa crueldad era todo un sistema de poder, que no iba preso ni viajaba en camiones destartalados.

–Con memorias como ésa deberíamos terminar aquí. Pero el mundo sigue girando. ¿Crees que el pasado precolombino ha sobrevivido tantos años de colonización y modernización, tanto como para definir una forma latinoamericana de ser, de sentir y hasta de pensar?

–Desde hace siglos, los dioses acuden, quién sabe cómo, desde el pasado americano y desde la selva africana y desde todas partes. Muchos de esos dioses viajan con otros nombres y usan pasaportes falsos, porque sus religiones se llaman supersticiones y ellos siguen condenados a la clandestinidad.

II Presente

–¿Estamos presenciando el fin del capitalismo, de un paradigma basado en el consumismo y el éxito financiero, o simplemente se trata de una crisis más de la que saldrá fortalecido el mismo sistema, la misma cultura hegemónica?

–Con frecuencia recibo convites para asistir al entierro del capitalismo. Bien sabemos, sin embargo, que vivirá más de siete vidas este sistema que privatiza sus ganancias pero tiene la amabilidad de socializar sus pérdidas, y por si fuera poco nos convence de que eso es filantropía. En gran medida, el capitalismo se nutre del desprestigio de sus alternativas. La palabra socialismo, por ejemplo, ha sido vaciada de significado, por la burocracia que la usó en nombre del pueblo y por la socialdemocracia que en su nombre modernizó el look del capitalismo. Sabemos que este sistema capitalista se las está arreglando bastante bien para sobrevivir a las catástrofes que desata. No sabemos, en cambio, cuántas vidas podrá vivir su víctima principal, el planeta que habitamos, exprimido hasta la última gota. ¿A dónde nos mudaremos cuando el planeta quede sin agua, sin tierra, sin aire? La empresa Lunar International ya está vendiendo lotes en la luna. A fines del 2008, el multimillonario ruso Roman Abramovich le regaló un terrenito a la novia.

–Quizá presume de ser el primer hombre que le regala un pedazo de la luna a una mujer, lo que viene a ser una especie de capitalismo romántico. ¿Crees que si China, por ejemplo, tuviese una economía hegemónica pronto se convertiría en un nuevo imperio, avasallante y colonialista como cualquier otro imperio?

–Si yo fuera profeta profesional, me moriría de hambre. No acierto ni en el fútbol, que de eso sí que algo sé. Todo lo que te puedo decir es lo que puedo ver: China está poniendo en práctica una exitosa combinación de dictadura política, al viejo estilo comunista, con una economía que funciona al servicio del mercado mundial capitalista. China puede proporcionar, así, baratísima mano de obra a empresas norteamericanas como Wal Mart, que prohíbe los sindicatos.

–A propósito, en el último “viernes negro”, el día del año en que en Estados Unidos las grandes cadenas de supermercados venden al costo, una avalancha de compradores no pudo esperar a que abrieran las puertas de uno de estos Wal Mart y se llevó por delante a un empleado. El hombre murió aplastado... A pesar de todo este absurdo, ¿podemos pensar que la humanidad se encuentra en un mayor estado de derechos individuales y de conciencia colectiva? ¿Qué es lo mejor de nuestro tiempo?

–En el siglo XX, la justicia fue sacrificada en nombre de la libertad, y la libertad fue sacrificada en nombre de la justicia. Ya nuestro tiempo es el siglo XXI, y lo mejor que tiene es el desafío que contiene: nos invita a luchar para ayudar al reencuentro de la justicia y la libertad. Ellas quieren vivir bien pegaditas, espalda contra espalda.

–¿Podemos comparar la aparición de Internet con la revolución que produjo la imprenta en el siglo XV?

–No tengo ni idea, pero valga la ocasión para recordar que la imprenta no nació en el siglo XV. Los chinos la habían inventado dos siglos antes. En realidad, eran chinas las tres invenciones que hicieron posible el Renacimiento europeo: la imprenta, la brújula y la pólvora. No sé si ahora habrá mejorado la educación, pero antes aprendíamos una historia universal reducida a la historia de Europa. De Medio Oriente, nada o casi nada. Ni una palabra sobre China, nada sobre la India. Y del Africa, sólo sabíamos lo que nos enseñaba el profesor Tarzán, que nunca estuvo allí. Y del pasado americano, del mundo precolombino, alguna cosita folklórica, unas cuantas plumas de colores... y chau.

–¿Cuál es el mayor peligro del progreso tecnológico en la comunicación?

–En la comunicación y en todo lo demás. Las máquinas no son ningunas santas, pero no tienen la culpa de lo que nosotros hacemos con ellas. El mayor peligro está en que la computadora nos programe, como el automóvil nos maneja. Con asombrosa facilidad, nos convertimos en instrumentos de nuestros instrumentos.

–Como escritor y como lector, ¿qué tipo de lecturas te ocupan mayor tiempo hoy?

–Yo leo de todo, empezando por las paredes que acompañan mis pasos por las calles de las ciudades.

–¿Son la crueldad y la in-justicia las mayores provocadoras de la literatura de Eduardo Galeano?

–No. Si así fuera, ya me hubiera enfermado de irremediable tristeza. Por suerte soy preguntón, curioso de nacimiento, y ando siempre buscando la tercera orilla del río, ese misterioso lugar donde se juntan el horror y el humor.

–¿Por qué crees que será recordado nuestro tiempo en los siglos por venir?

–¿Será recordado? ¿Habrá siglos por venir? Dios te oiga, y si Dios está sordo, que te oiga el Diablo.

III Futuro

–¿El mundo se dirigirá a un mayor equilibrio de sus fracciones geográficas, sociales y culturales o, por el contrario, estamos condenados a repetir las mismas formas de lo que hoy consideramos violencia física y moral?

–Condenados... no estamos. El destino es un desafío, aunque a primera vista parezca una maldición.

–¿Una mejora de nuestro presente radica mayormente en la profundización de los valores humanistas de la tradición europea o en una revalorización de un origen perdido en los pueblos “periféricos”?

–La tradición europea no alcanza. Los americanos somos hijos de muchas madres. Europa sí, pero hay también otras madres. Y no sólo los americanos. Los humanitos todos, el mundo entero es mucho más que lo que cree ser. Pero el arcoiris terrestre no brillará, en todo su lucerío, mientras siga mutilado por el racismo, el machismo, el militarismo, el elitismo y todos esos ismos que nos niegan la plenitud de nuestra diversidad. Y dicho sea de paso, no viene mal aclarar que los valores humanistas de la tradición europea se desarrollaron mientras Europa exterminaba indios en América y vendía carne humana en Africa. John Locke, el filósofo de la libertad, era accionista de una empresa negrera.

–Sí, algo así como las democracias imperiales, desde la antigua Atenas hasta Estados Unidos. ¿Pero quiere decir eso que la historia se repite siempre?

–Ella no quiere repetirse, eso no le gusta ni un poquito, pero muy frecuentemente nosotros la obligamos. Por ponerte un ejemplo muy actual, hay partidos que llegan al gobierno prometiendo un programa de izquierda, y terminan repitiendo lo que la derecha hacía. ¿Por qué no dejan que la derecha lo siga haciendo, ya que tiene experiencia? Se aburre la historia, y se desprestigia la democracia, cuando se nos invita a elegir entre lo mismo y lo mismo.

–¿Qué rol cumplen hoy en la sociedad los intelectuales “no orgánicos”? ¿Siguen siendo, al menos en una minoría, una fuerza crítica y provocadora?

–Yo creo que escribir no es una pasión inútil. Pero esa generalización, “los intelectuales”, orgánicos o no orgánicos, no se parece mucho al mundo real. Hay de todo en la viña del Señor. En mi caso, te puedo decir que trabajo con palabras, que soy un inútil total y eso es lo único que me sale más o menos bien, y que me consta, por experiencia propia y ajena, que el acto de la lectura es una secreta, y a veces fecunda, ceremonia de comunión. Quien lee algo que de veras vale la pena, no lee impunemente. Leer un libro de esos que respiran cuando te los ponés al oído no te deja intocado: te cambia, aunque sea un poquitito, te incorpora algo, algo que no sabías o no imaginabas, y te invita a buscar, a preguntar. Y más, todavía: a veces hasta te puede ayudar a descubrir el verdadero significado de las palabras traicionadas por el diccionario de nuestro tiempo. ¿Qué más puede querer una conciencia crítica?

–Pero los escritores contemporáneos tienden a evitar esa palabra, “intelectuales”. ¿Por qué?

–Te contesto por mí, no en nombre de “los escritores”, que también son una generalización dudosa. Yo escribo queriendo decir y decirme en un lenguaje sentipensante, certera palabra que me enseñaron los pescadores de la costa colombiana del mar Caribe. Y por eso, justo por eso, no me gusta nada que me llamen intelectual. Siento que así me convierten en una cabeza sin cuerpo, situación por demás incómoda, y que me están divorciando la razón de la emoción. Se supone que intelectual es el capaz de entender, pero yo prefiero al capaz de comprender. Culto no es quien acumula más conocimientos, porque entonces no habrá nadie más culto que una computadora. Culto es quien sabe escuchar, escuchar a los demás y escuchar las mil y una voces de la naturaleza de la que formamos parte. Para decir, escucho. Escribo en un viaje de ida y vuelta, recojo palabras que devuelvo, dichas a mi modo y manera, al mundo de donde vienen.

–A propósito, ¿cuál es tu técnica narrativa, tus hábitos y conductas de escritura?

–No tengo horarios. No me obligo. En Santiago de Cuba, un viejo tamborero, que tocaba como los dioses, me lo enseñó: “Yo toco –me dijo– cuando me pica la mano”. Y yo le hago caso. Si no me pica, no escribo. Nunca he firmado un contrato que me ponga plazos para entregar un libro. En la literatura, como en el fútbol, cuando el placer se convierte en deber, pasa a ser algo bastante parecido al trabajo esclavo. Los libros me escriben, crecen dentro de mí, y cada noche me duermo dándoles las gracias, porque me permiten creer que el autor soy yo. Y dicho esto te aclaro que escribo muchas veces cada página, que tacho, suprimo, reescribo, rompo, vuelvo a empezar, y todo eso es parte de la alta alegría de sentir que lo que digo se parece, y a veces se parece mucho, a lo que mis páginas quieren decir.

–Tus libros, después de las dictaduras militares de Uruguay y Argentina, después del exilio, cambian de estilo. O quizá profundizan una característica: tu mirada sigue siendo la del rebelde inconformista, pero tu voz se vuelve más lírica. Si mal no recuerdo, fue Jean-Paul Sartre el que dijo que la técnica de un escritor remite a su concepción del mundo. ¿Cómo definirías tu estilo? ¿Refleja tu percepción del mundo o, quizá, tus aspiraciones sobre él o el estilo es algo accidental, una forma de hacer las cosas que proviene de una historia de la estética, de una influencia de la adolescencia?

–Mi estilo es el resultado de muchos años de escribir y borrar. Juan Rulfo me lo decía, mostrándome un lápiz de aquellos que ahora ya casi ni se ven: “Yo escribo con el grafo de adelante, pero más escribo con la parte de atrás, donde está la goma”. Eso hago, o intento hacer. Intento decir cada vez más con menos.

–Un elemento común de la literatura del compromiso, de las utopías revolucionarias hasta los setenta, de los años previos a las dictaduras en América del Sur, parece ser la alegría. Como ejemplo ilustrativo podríamos hacer una exposición de fotografías de los rostros adustos de los Pinochet, por un lado, y de los rostros sonrientes de los Che Guevara por el otro. ¿Existe una conexión entre la “estética de la tristeza” de la literatura del siglo XX y las fuerzas conservadoras de la sociedad? ¿En qué medida es subversiva la alegría, el epicureísmo del que hablaba Américo Vespucio refiriéndose a cierta imagen de los nativos americanos?

–Vuelvo a la costa colombiana y te cuento que allá el peor insulto es “amargao”. Nada más grave te pueden decir. Y no les falta razón, porque al fin y al cabo, no hay nada en el mundo que no merezca ser reído. Si la literatura de denuncia no es, al mismo tiempo, una literatura de la celebración, se aleja de la vida viva y duerme a sus lectores. Se supone que sus lectores deben arder de indignación, pero ellos se caen de sueño. Con frecuencia ocurre que la literatura que dice dirigirse al pueblo sólo se dirige a los convencidos. Sin riesgo ninguno, se parece más a la masturbación que al acto del amor, aunque según me han dicho el acto del amor es mejor, porque se conoce gente. La contradicción mueve la historia, y la literatura que de veras estimula la energía de cambio nos ayuda a adivinar los soles secretos que cada noche esconde, esa humana hazaña de reír contra toda evidencia. La herencia hebreo-cristiana, que tanto elogia el dolor, no ayuda mucho. Si no recuerdo mal, en toda la Biblia no suena ni una risa. El mundo es un valle de lágrimas, los que más sufren son los elegidos que suben al Cielo.

–¿Cómo imaginás el mundo dentro de cincuenta años?

–Con la edad que tengo, me imagino que dentro de cincuenta años ya no estaré. Como ves, tengo una imaginación prodigiosa.

–Alguna vez Onetti dijo que él escribía para sí mismo. ¿Galeano escribiría si tuviese la poca fortuna de ser el único sobreviviente de una catástrofe mundial?

–¿El único sobreviviente? ¡Uy! Me moriría de aburrimiento. Quizás escribiría igual, porque tengo el vicio, pero escribir para nadie es peor que bailar con la hermana. Onetti se enojó conmigo cuando una noche cometí una juvenil insolencia. El me dijo eso, que él escribía para él, y yo le propuse llevarle al Correo esas cartas para Juan Carlos Onetti, calle Gonzalo Ramírez, Montevideo, etc., etc. El se cabreó. Se cabreó porque mentía, y bien lo sabía. Quien publica lo que escribe, escribe para los demás.

–¿Qué harías diferente si tuvieses la experiencia y la oportunidad de hacerlo de nuevo? ¿De qué se arrepiente Eduardo Galeano hoy?

–No me arrepiento de nada. Yo también soy la suma de todas mis metidas de pata.

 

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Para mayores de 40

Para mayores de 40

Un artículo de Eduardo Galeano

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡¡Nos están fastidiando!! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De ’por ahí’ vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el ’guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo’, pasarse al ’compre y tire que ya se viene el modelo nuevo’. Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo.. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Sí, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos... ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡¡¡Las cosas que usábamos!!!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte.. Resortes que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín..

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía ’éste es un 4 de bastos’.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden ’matarlos’ apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: ’Cómase el helado y después tire la copita’, nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en porta lápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la ’bruja’ como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la ’bruja’ me gane de mano y sea yo el entregado.

Hasta aquí Eduardo Galeano.