Educación formal y valores (II y final)
Profundo túnel con matices oscuros
Texto y foto Graciela Guerrero Garay
¿Los estudiantes saben comer?, pregunto sin andar con rodeos. Ya habíamos planificado el encuentro y dialogado un poco sobre el tema. En la agenda están los sondeos, las observaciones y las entrevistas del reportaje anterior. Su respuesta es segura: No.
El máster en Ciencias Pedagógicas Oel Hernández Laguna, con 18 años de experiencia en Educación, medita un poco antes de contestar la siguiente interrogante: ¿Los enseña la escuela? No se trata de un juego de preguntas. Es vital quitar escombros del camino en asuntos en los que se reitera y debate y, por causas diversas, siguen ahí sus partes blandas.
“Esos hábitos aunque teóricamente los conocen y están incorporados en su conocimiento, no existe la tendencia de manifestarlos correctamente” – responde quien dirigió también diversos centros internos durante 11 años–. “No hay una asignatura específica que profundice en ellos, a pesar de que tenemos un programa director de Salud Escolar donde se establece la enseñanza de los valores educativos y, en consecuencia, se insertan en el contenido de las diferentes materias”, explica.
¿Y eso presupone qué…? “Esto es una exigencia –argumenta-, pero hay una diferencia entre lo que exige un programa y lo logrado. En la enseñanza primaria hay resultados de mayor alcance. Los problemas se dan en la enseñanza media”, acota.
Los caminos vuelven a Roma: tránsito hacia la adolescencia. Esa edad complicada y conflictiva desde el hogar y en la que todo puede ser “cosa de viejos” o “eso no se usa”. Rebeldía y rechazo a lo que signifique disciplinarse y mutilar la independencia que marca este período de la vida, así como cuanto huela a normas conductuales, más si no provienen del grupo de amigos o no es la media de actitud en el círculo en que mueven sus intereses.
Los estudios especializados designan a esta etapa (9 a 11 años) niñez mediana, justo cuando chicas y chicos entran a la secundaria básica y hacen notar un creciente desprendimiento de la familia, realidad hoy con mayor riesgo por estar la mayoría de estos centros en régimen externo y ellos aprovechan en sus reuniones grupales, ya sea en el hogar, el de sus compañeros o la calle mientras los padres trabajan.
Quizás por aquí empiezan a quebrarse las cuerdas de “la guitarra”. No se le dedica – a veces, por el ritmo laboral y responsabilidad social de los tutores- el tiempo necesario para hablarles (muchos ni esto aceptan sin métodos impositivos) y transmitirles ese arraigo de tradiciones y costumbres que distinguen una herencia ético - social o generacional.
¿Qué hacer…? Oel, quien igualmente fue director municipal de Educación en Jesús Menéndez, puntualiza: “La escuela tiene una responsabilidad y la familia tiene una responsabilidad. En ese proceso, de lo logrado en cada una de las partes, es donde aparece el reflejo de lo que se materializa en lo individual y colectivo, en el orden social y particular. Y hoy, en este sentido, hay una insatisfacción de la escuela y la familia.
“La Educación Cívica está incorporada como asignatura en la secundaria básica, pero como tal, no existe en los preuniversitarios ni en los politécnicos, se tratan sus objetivos como temas dentro de las demás asignaturas. Es cierto, las conductas ciudadanas han hecho crisis y esto es hoy un gran reto para la familia, la escuela y la sociedad.”
QUEREMOS, DECIMOS… ¿HACEMOS?
Hernández Laguna vuelve a responderme: “Yo quiero que mi hijo sea lo mejor, pero no hago todo lo que debo. Esto mismo sucede en la escuela, sin embargo la aspiración de crear un modelo y el deseo de hacerlo es de todos. Se rompe la armonía entre la escuela y la familia y hay que buscarla, encontrarla, desde los padres”.
Mis tanteos periodísticos dicen otras cosas más. El hábito del buen comer no es mancillado solamente por la falta de cubiertos o la ausencia de algún miembro a la mesa. O porque esté mal montada o carente de elegancia y buen gusto para servir el menú. La bulla es un ingrediente más en la sazón, en las casas, las escuelas, los comedores obreros, las cafeterías, restaurantes. En fin, donde hay más de un uno es muy difícil que prevalezca el diálogo reservado, en adecuados tonos y en correspondencia con el lugar.
Puede hacerse una lista de códigos según el tipo de instalación que sea. El tamborileo sobre la mesa. El juego con los cubiertos. Los saludos a boca de jarro, el momento para hacer contactos o saludarse... Los motivos que los avalan son también diversos. La espera (conspira en los establecimientos públicos). El “escape” de las horas de clase (parece el aliado en las escuelas internas). Los recados y asuntos pendientes (tal vez revuelven a los comensales en los comedores obreros).
Los centros turísticos quizás sean los más portadores en síntomas de buena conducta civil y los correctos hábitos de comer, que “escondemos” casi todo el tiempo del año y “sacamos” a pasear en ocasiones especiales y de temporada en temporada. Supongo que, quién sabe, si es porque también son las pocas instalaciones que mantienen un servicio estable, con estética y ética, bien avituallados, personal selecto, mesas bien servidas y adornadas con placer y gusto. Algo como así… uhhh… aquí no puede sonar ni una mosca, yo tampoco. Y hasta los niños pequeños nos sorprenden con ademanes y posturas de personitas bien educadas y conocedoras de este arte, que es un acto sagrado desde culturas milenarias en la mayoría de las naciones.
¿RESOLVEMOS O NO?
Aprendí que los problemas se resuelven o se amputan. El rescate de los valores y las aspiraciones de masificar la cultura y tener una sociedad acorde a los altos niveles de instrucción que disfrutamos, no creo puedan seguir esperando ni dejarlos dormir a la cobija de la retórica ni la autocomplacencia. Es un asunto común y todos debemos ir a la carga.
Tampoco es saludable andar de puntillas de dedos sobre la niñez y la juventud cuando se sabe que ellos, siempre, son una prolongación viva de quienes les toca tutorarlos dentro y fuera de la casa. Está claro, la educación empieza por la cuna. Y si algo rompe la armonía que refiere Hernández Laguna es el desbalance que existe de una familia a otra en los modos de educar, los preceptos y principios.
Científicamente está demostrado que el niño y el adolescente “copian” mucho de sus amigos y les dan a esto una connotación emocional de primer orden. Acuñado está que Educación, con altas y bajas y claustros más-menos competentes, hace lo suyo con las escuelas de padres, los consejos de escuela, la clase y el maestro en sí. Empero, en el sector laboral se descuida mucho o desaparece la influencia del ejemplo civil, no hay una exigencia sistemática y aleccionadora de los hábitos conductuales, ya sea de comer, hablar, vestir, higiénicos... prevaleciendo una empleomanía joven, en adiestramiento y la tendencia a trabajar con edades tempranas y calificación de técnicos de nivel medio u obreros calificados.
Son cabos sueltos que suman al desorden, al tiempo que crean otros peores con el tiempo y hasta, irónicamente, se aceptan como “normales”.
Oel, quien hoy se desempeña como Metodólogo provincial de la Enseñanza Técnica Profesional, resaltaba que “nosotros tenemos una familia que no podemos decir que no es culta en el orden profesional, pero nos falta una mayor altura en un grupo de tareas como estas, exigir con la ley el comportamiento ciudadano”.
Coincido con este experimentado educador. El futuro de una sociedad mejor hay que agarrarlo con procedimientos jurídicos. La evidencia habla por sí misma. Las charlas educativas hasta ahora no han resuelto mucho. Hay una indisciplina social que contradice las esencias y no compensa los millones de recursos invertidos en sectores gratuitos y masivos como la Educación y la Cultura.
Se gana en el comportamiento en los espectáculos públicos y, al balancear, hay avances, pero muy moderados para los que podemos tener y reflejar. El mal hábito de comer es un detalle que opaca las luces de oro de nuestra identidad. La política debe ser coherente, desde el televisor, la radio, la casa, la escuela, el trabajo, la comunidad. Un mundo mejor es posible, con el brinquito de todos. Y este salto en grande, de los grandes, tal vez es el que esperan los pequeños para saltar. Ellos lo merecen y somos los responsables de enseñarlos. Hacer, para que los valores no sean un túnel con oscuros matices.
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