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Las batas blancas

Las batas blancas

 

Por Graciela Guerrero Garay    Fotos : Jorge Reysel

Las Tunas.- Recién comienza la conferencia del doctor Francisco Durán. Entre los ruidos de la mañana sobresale la voz del Jefe nacional de Epidemiología desde los telereceptores de los vecinos del edificio. Es un día de sol cálido en este Balcón de Oriente. De pronto, un toque en la puerta cambia el rumbo de las cosas. La doctora Sonia García Carralero busca a una persona que debe ser aislada. La llamaron del policlínico para comunicarle que pertenecía a su consultorio. No reside donde le informaron.

Recordé que frente a mi casa natal, en el mismo reparto Santos y dentro del área de Salud del policlinico Gustavo Aldereguía existe un inmueble multifamiliar con ese número. Allí debía ser. No es la primera vez que cartas, multas y diferentes requerimientos generan tal confusión. En la acera de enfrente,  el otro personal del consultorio 22 realiza la pesquiza. Desde que surgió el rebrote en este municipio capital las veo trabajar con una intensidad rigorosa contra el Covid – 19, sin que ello reste atención al resto de los deberes cotidianos, como atender a las embarazadas (entre ellas mi nieta), visitar a los recién nacidos y dar consultas.

Marisol, la enfermera, “trilla”, casi siempre, decenas de veces las aceras y escaleras de más de una veintena de familias que necesitan cuidados domiciliarios. Sulema Tamayo, quien hace su rotación de MGI no queda atrás. El residente Jorge  Jimenez que estrena saberes con sus nuevos pacientes tampoco descansa.  Hasta la “vieja” Dulce, jubilada e incondicional apoyo de este equipo por antigüedad – como dicen en el barrio – salva las urgencias que tensan las jornadas de los médicos de la familia. Las improntas de mi “tin” no son menos que las de sus homólogos en las distintas comunidades tuneras.

Es una batalla más allá de riesgos y amenazas. Es hablar, convencer, prevenir, controlar a quienes cumplen aislamiento domiciliario, garantizar el desempeño, hacer valer los protocolos, buscar alternativas  ante situaciones específicas y propiciar la mayor seguridad epidemiológica a todos, amenazada también por el dengue, otra arbovirosis latente.

Claro que la vivencia cercana con ellos reconforta y nos lleva nuevamente a los intensos aplausos de las nueve de la noche, cuando apenas vivíamos el triste enfrentamiento a la pandemia, un fenómeno desconocido con esta magnitud para la mayoría de los cubanos. En verdad merecen más que aplausos. Detrás de esa ética y sacrificios diarios cada uno tiene su propia historia, tan complicada y terrenal como la nuestra.  

Incuestionablemente el paciente que busca no vive en ningún quinto piso de los seis pasos de escalera que tiene el edificio 39. Sonia los recorrió todos, “porque la presidenta del CDR ya se había ido para el trabajo y no pude ver el libro. Ahora informo que no es aquí. Debe ser en el otro 39”, dice con visibles gotas de sudor debajo de la careta protectora. Recién comienza su faena.

La veo caminar hacia el consultorio y mi pensamiento vuela en todas direcciones. !Suerte nuestra de que por cualquier barrio existan ellos y muchas batas blancas anden así! Sonia, las enfermeras y los futuros galenos se me antojan arquetipos. ! El Covid-19 es un fantasma peligroso y mortal, pero mi “tin” es una garantía!. Apuesto que eso mismo dicen y piensan mis paisanos cuando al desgranar el sol ya andan tocandoles las puertas.

Por ellos, aunque no todo sea perfecto, suspiramos más tranquilos, en medio de las cifras que duelen, preocupan y nos tensan la vida y que con un halo de triste optimismo salen pausadas cada despertar de la esperada conferencia del doctor Durán.

 

 

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