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Los jóvenes buscan al dorado de la caña

Los jóvenes buscan al dorado de la caña

 

Por Graciela Guerrero Garay   Fotos: De la Autora

Justo a media mañana cuando el timbre arranca un suspiro de alivio arrastrando las tensiones de tres turnos seguidos de clases, tal parece que surge una cadena telepática: ¡A tomar guarapo! Zenia Hechavarría y Soleydi Gálvez no alcanzan, como tampoco el trapiche.

De lunes a sábado, semana a semana, los rostros solo cambian cuando más jóvenes y estudiantes se suman para saborear una bebida que gana sus preferencias, les ahorra el dinero de la merienda y revive una tradición alimentaria, nacida en Cuba allá por los lejanos siglos de la colonización española.

Esteban Socarrás López, representante de la guarapera “El Crucero” y la cooperativa Niceto Pérez de donde sale la caña, anda contento con eso de que “la juventud busque este sano jugo y, en la medida que lo prueba, deja los refrescos enlatados. Me siento útil, como los trabajadores, de servir un alimento recomendado por los médicos y de muchas calorías. Además, su precio es de un peso en moneda nacional, pero si un alumno trae cincuenta centavos igual se lo vendemos”.

Kenia Díaz, una bonita muchacha que coincide con nuestra visita dice. “Bueno, yo antes de entrar a la secundaria nunca había tomado guarapo. En el aula me invitaron y dijeron que era rico. Me embullé y vine. Después jamás dejo de tomarlo en el receso, sea por la mañana o por la tarde”.

Hasta el CUPET, una cafetería en moneda convertible distante a unas cinco cuadras aproximadamente de la secundaria Máximo Gómez , iba “el piquete” de Alejandro y sus cuatro inseparables amigos: “Hacíamos una colecta y comprábamos dos refrescos y los compartíamos, pero nos quedábamos con hambre pues había que comprar un pan con algo. Casi siempre era croqueta, y también a partirlo. Ahora aquí, con el guarapo y las frituras de maíz (a un peso CUP), cada uno se paga y vamos al aula…”

Arranca carcajadas su cómico gesto de tocarse el estómago, mientras la voz de Carlitos argumenta: “Oiga, y es más cerca; aquí mismito, porque el sol está…”. El gracejo espontáneo de los años mozos sirve esta vez para amenizar la merienda y avalar la calidad del guarapo, que otros optan por acompañarlo con el pan con embutidos que le dan en la secundaria.

                                         A LAS MEMORIAS DE UN MITO

Fueron los emigrantes haitianos quienes le dieron la primacía al guarapo en los siglos XVIII y XIX al llegar a Cuba, donde soportaban las largas jornadas en el corte de caña bebiéndolo junto con las viandas cosechadas en sus conucos.

Con el tiempo, su sabor dulzón y la frescura dada al paladar lo convirtió en el líquido dorado de la caña y no quedó un criollo que no lo buscará para mitigar la sed y el sofocón de los cañaverales. Aunque su índice de sacarosa depende de la variedad de la gramínea y el punto de maduración, tiene un elevado contenido de azucares, proteínas y calorías y está catalogado como una saludable bebida energizante.

La aceptación popular y la facilidad de obtenerlo de manera artesanal lo trajeron a las ciudades. Después, por alguna razón que no pude encontrar, las guaraperas cerraron y para suerte de todos renacieron con las nuevas formas de alternativa económica y el trabajo por cuenta propia, vinculado a las cooperativas agropecuarias y de créditos y servicios.

A esta altura del siglo XXI el jugo de la caña lo degustan en “El Crucero” más de 700 tuneros, entre ellos una generación que solo supo de la existencia del trapiche por los libros de historia y ahora puede verlo, inventivas y agregados modernos al margen, con ojos propios y darle el aval de fabuloso a ese guarapo que tomaron y dieron preferencia sus abuelos.

 

 

 

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