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Criterio: Justas inquietudes de Nenín

Criterio: Justas inquietudes de Nenín

 

Por Graciela Guerrero Garay   

Nenín es un octogenario privilegiado. No acepta estar lejos del aula y confiesa que mientras tenga fuerza, esté lúcido y con todos los conocimientos vivos de Matemática luchará por contratarse, más ahora que necesitan docentes en esa disciplina y la jubilación no alcanza mucho.

Y ahí lo ves madrugar, con su acostumbrada elegancia, para estar en el matutino y cumplir el horario de clases en la secundaria básica Vicente García, donde trabaja en el otro extremo de la ciudad y a más de dos kilómetros de la casa. Por eso es feliz.

Sin embargo,  "ese andar cotidiano por el pueblo me tiene preocupado", dice a esta reportera con el pesar profundo de verdades contundentes que se llevan dentro y hoy sacude a la mayoría de nuestros ancianos, sino a todos, indetenibles en defender los valores que portan y nos enseñaron, los cuales parece no aprendimos bien.

Lo cierto es que no acepta que el respeto ciudadano sea un dibujo, la solidaridad una copia y el lobo del hombre una certeza. Cuenta, entonces, que muchas veces vio en peligro su entrada a tiempo a la escuela porque "pasan los carros vacíos por la parada y siguen, aunque les hagas señas.  Solo paran si hay inspectores. La tolerancia y la cortesía, esa educación de servirnos como seres humanos, se ve muy poco. Y no se te ocurra regañar,  aconsejar o  alertar del peligro a un desconocido, y si es niño o joven, más. Con buena suerte lo menos que hacen es mirarte como si estuvieras loco, lo hacen hasta con desprecio…".

Las justas inquietudes de Nenín sobrevuelan su posible rigidez ética y alcanzan, de muchos modos, un pensamiento social que perdura y se resiste a ver normal lo que no es. O, en el mejor de los casos, tampoco acepta convivir con ciertos desmanes sociales que algunos justifican, si bien no los aplauden, porque son momentos duros y las crisis económicas generan inestabilidad de todo tipo, entre ellas las relacionadas con el comportamiento individual y colectivo.  

A esta altura de sus reflexiones rememoro confecciones y lamentos de personas mayores que son víctimas del maltrato verbal, una mala suerte ácida que prolifera en los establecimientos de servicio público, privados y estatales, por el simple hecho de asumir sus derechos al momento de adquirir un producto, reclamar o regatear un precio, solicitar una información o sencillamente exigir se le trate como debe ser.

O la agresividad desmedida que pulula en el  ambiente y se multiplica en las comunidades, colas, bodegas, guaguas, paradas y los puntos de recogida intermunicipales llamados "amarillos" en las afueras de las ciudades. Vecinos de años, con deudas de agradecimiento mutuo, pelean hasta por el derrame imprevisto de un poco de agua. Las disculpas sin escándalo, ofensas y puños prácticamente no  existen.  

Hay irritabilidad pública sin dudas. Puede ser lógica consecuencia del estrés post Covid -19, exacerbado por el reordenamiento económico y la objetiva realidad cotidiana del "no hay". Cuando aparece lo que necesitamos, no hay dinero suficiente para adquirirlos por los desorbitantes precios. Y viceversa. Si hay "monedas", estirarlas y encontrar lo que nos falta es otro caminar titánico para llevar a casa lo mínimo indispensable. Pero…

… ¿Eso da licencia a alguien para que nos lastime, incluso hasta con armas blancas?  ¿Si esta crisis dura como el periodo especial, nos comemos impunemente los unos a los otros? Muchos y diversos cuestionamientos encierran las justas inquietudes del viejo Nenín. Sin embargo, el problema no es cuestionar, soportar o adaptarse a vivir en un espacio común desprovisto de buenos modales o resiliencia, de mesura, y en burla permanente a los preceptos éticos morales que rigen las conductas de convivencia colectiva.

Esta violencia social hay que detenerla. Habrá que pensar en algún nuevo decreto con urgencia.  Si multamos por pisar el césped, creo vale aleccionar por actos irrespetuosos. Tal vez así, con la creación de un nuevo tipo de vigilante público, no se critique tanto a la policía por llegar a los lugares "después que pasa todo".

O pueda ser una nueva oferta de empleo que ayude a reducir las cifras de interruptos y desempleados. En fin, muchas fortalezas entrarían al ruedo. Los Gobiernos deberían anotarlo en sus agendas, porque de algo sí estoy clarita: a las buenas o las malas hay que cortar la indecencia que crece y nos desdibuja a Cuba. Nenín tiene razón en estar bien preocupado.    

 

 

 

 

 

 

 

 

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