Urgencias cotidianas
Por Graciela Guerrero Garay Foto: Reynaldo López Peña
Las guaguas mejoran, al menos eso comentan quienes coinciden conmigo en las mañanas, en la parada frente al campus Lenin de la Universidad. Algunos “coco-taxis” paran ante las señas de los transeúntes y alivian las tensiones del apuro, a pesar de existir opiniones sobre los precios, que no siempre son los mismos en idénticos trayectos. En fin, la movilidad interna de esta capital ya rompió la inercia de las largas esperas y las nuevas rutas 3, 4, 5, 8 y 9, son aplaudidas.
Sin embargo, no hay encomios para el arreglo de calles y avenidas, aunque se reconoce que muchas recibieron desde fines del 2017 a la fecha, “una manito de asfalto”. Pero las quejas sobre el particular se centran, en mayoría, sobre el mal estado que por años mantiene la avenida Carlos J. Finlay.
Ahora llueve y los estados de opinión remarcan sobre un reclamo reiterado en las reuniones de rendición de cuentas del Consejo Popular 18, “porque coger la guagua ni se puede. Esta vía es de amplia circulación, mucha gente la camina y jamás la terminaron. Frente a las paradas es terrible, y aquí vienen muchos ancianos con bastones que van o regresan del hospital”.
Así dice una señora entre la prisa por abordar la ruta 6, prácticamente detenida en medio de la vía en gesto solidario del conductor hacia los pasajeros. El agua estancada no deja comentario. Escampa, y los charcos siguen ahí un tiempo después, a merced de si la lluvia vuelve o los seca el sol.
La feria agropecuaria de los domingos ya no es tan abundante como otrora, pero las madrugadas para coger los turnos – o venderlos- se mantienen. Indistintamente, los inquilinos de los edificios multifamiliares cercanos al conocido mercado Leningrado coinciden en que a las 8: 00 de la mañana se ha terminado la mayoría de los productos, sobre todo los cárnicos, la galleta, los dulces y los embutidos.
Doris Hernández tiene una experiencia parecida con la venta de helados en el Parque de la Revolución 26 de Julio. Asegura esta tunera que: “llego a las seis de la mañana, paso por donde montan la heladería y la tablilla tiene variedades de sabores, pero cuando regreso de comprar las viandas, o ya se acabó o queda un solo sabor; ah, pero la lista no la quitan y todavía no son las ocho ni tampoco hay mucha gente. No creo que traigan tan pocas tinas, pues a esa hora no todo el mundo toma helado y nunca he visto una cola grande”.
Otras apreciaciones que marcan las urgencias cotidianas de quienes, tras el trabajo, deben asumir la jornada doméstica son los casi habituales faltantes de las carnicerías. Muy pocas veces el pollo, por ejemplo, viene completo. Las dietas para enfermos, al menos en la carnecería de la bodega Leningrado, la distribuyen el martes y el miércoles, a las 11: 00 a.m., se vencen. Juan Díaz no se explica cómo es tan poco tiempo si hay refrigeración, además de que la pierdes.
Es un asunto de muchas preguntas sueltas: ¿Vuelven a su destino originario estas cuotas? ¿Hay control de cuántos consumidores dejan de adquirirla? ¿Se piensa cuánto se escapa a la economía, si el camión de distribución tiene que volver dos veces con la misma mercancía? ¿Los horarios de servicio de bodegas y carnicerías están diseñados para los trabajadores o…? Una lista que tiene mucho más que indagar y resolver.
Cotidianas inquietudes que llevan los comunitarios de una zona populosamente poblada, pero urgencias de muchos por encima del imaginario citadino. Una asignatura pendiente en el mapa de la responsabilidad individual y colectiva. Un reto desde sectores donde el detalle cuenta, si no se quiere que vivir en un círculo cerrado a la mínima señal de eficiencia, bienestar social y economía solvente. Hoy se impone trabajar muchísimo más, y pensar también, yo diría el doble.
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