¡Volvió mi Caballero de París!
Por Graciela Guerrero Garay Fotos: Norge Santiesteban/WEB
¿¡Volvió!? ¿Mi caballero de París, volvió? Salí a buscarlo, pero no estaba allí. A punto de hacer una mueca, sentarme en un banco como una Penélope o girar 180 grados y tomar cualquier rumbo para olvidar el desencanto de aprisionarlo en la memoria de mi cámara digital, la musa saltarina me confesó bajito: está vivo mujer, cuenta su historia ya lo verás un día.
Y lo vi, como lo han visto miles de tuneros, con su traje verde olivo y su boina roja, conversando con ese ejército de duendes a quienes ordena ciertamente no se que cosa, pero le obedecen, porque sigue su camino, les saluda y después, como si regresara a chequear el servicio, les vuelve a saludar y sigue de largo, tal vez a otra cueva donde los esconde hasta el día siguiente o les pide que descansen tras el largo combate.
El Comandante, aunque muchos quizás por cariño- le dicen el Comandantico, es todo un personaje de este capitalino Balcón Oriental y una leyenda para siempre, pues nadie podrá sacarlo jamás de las memorias del pueblo ni negar que existió, se quiso- se quiere- y formó parte de la historia de la ciudad en los siglos XX y XXI. Un hombre que no envejece, no cambia su ritual, respeta y es respetado sin miedo, a pesar de que alguna u otra vez alguien sonría con maldad muy cerca o lo imite en tono burlesco e indecente.
No tengo idea exacta del tiempo que no anduvo por los alrededores del parque Vicente García, con su silbato cual lanza quijotesca. Quizás esperaba que su guarda espalda puede que un Sancho Panza moderno- le informara del estado de la tropa o la posición del enemigo. Algunos vecinos del Reparto Sosa, en esta ciudad, dijeron que estaba en el barrio, recogido por las calles de su casa como a la expectativa de saber el día en que la ciudad acabara de modernizar sus trazos.
Quizás por eso Alberto Álvarez Jaramillo volvió a recorrer sus sagrados caminos, de solemne uniforme, con sus gestos acoplados al temple de caballero, de un Comandante firme. Cuentan que un medicamento en su juventud le afectó el cerebro y regresó así, envuelto en su traje verde olivo, lleno de voces sobre un imaginario escenario de combate o una pradera ancha, infinita, donde el hombre hace su historia y la comparte.
No pude tirarle mis fotos a color ni escuchar sus últimas aventuras cotidianas. No estaba allí para pedirle la entrevista ni espiarle el programa de este martes, pero mi Caballero de París volvió y la musa saltarina me lo dijo: está vivo mujer, está vivo. ¿Acaso existe algo más bello que eso?
0 comentarios