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Miradas hacia dentro

Miradas hacia dentro

 

El librito de la queja

 

Por Graciela Guerrero Garay

 

 

Son tiempos de andar unidos, con la testa firme y los pies en la tierra. Indiscutiblemente, cada día hay más síntomas de lo que yo llamo “el librito de la queja”. Pero lo interesante del asunto es que la queja  no siempre enjuicia al verdadero violador. La mayoría lleva al banquillo de los acusados a nuestro benévolo sistema social, sus altos dirigentes y otros de escala territorial o local. Nunca los trabajadores tienen culpa de nada o en la mayoría de los casos, para no caer en absolutismos, que tampoco son buenos ni saludables.

 

 

Lo cierto es que al pulsar el debate público, en voz alta o detrás de bambalinas, “todo el mundo piensa, enjuicia y apunta para la acera del frente” y muchos se desatienden de la responsabilidad social que tiene, por muy pequeña que parezca. Vivir en sociedad es vivir en familia. Y una familia plena es aquella donde todos contribuyen de manera armónica, sin mirar que hiciste tú, para hacer yo y la que, en determinadas y extremas circunstancias, cada miembro asume si es necesario, el rol del otro y se cambian las reglas del juego a favor de todos.

 

 

Nuestro país tiene hoy que ser una gran familia, con la excelencia como carta de crédito. Muchos factores externos e internos han deformado nuestra convivencia administrativa, empresarial, social y doméstica. En mayor o menor grado, todos también tenemos criterios y percepción de los mismos. En cambio, no todos contribuimos, ni antes ni ahora, a que se pare esa masa de vicios, paternalismo, sociolismo, burocracia, demagogia, ineficacia, tolerancia, pasividad y autocomplacencia que, desde mi punto de vista, viste a la crítica y a la autocrítica con ropajes que frenan y desnaturalizan el proceso de reordenamiento y perfección que necesariamente enfrentamos y necesitamos.

 

 

El precio de estos largos años de período especial es inevitable, pero no podemos seguir arrastrándolo por más tiempo. La necesidad material no puede seguir justificando la indisciplina, el robo, la indiferencia, lo mal hecho. Tampoco puede borrar los beneficios ni las dádivas que recibimos hasta aquí, máxime ahora que hay una crisis mundial objetiva, brutal y determinante para las naciones y la supervivencia humana. Nos hemos salvado de muchas hecatombes gracias a cuanto hemos hecho hasta hoy, con defectos, malos métodos de dirección, errores, aciertos, congruencias e incongruencias.

 

 

Nadie puede discutirlo. Si nuestro proyecto no hubiese creado las bases para constituir y mantener las medidas de beneficio social de las que todos hemos bebido, enfrentando viento y marea en un mundo desigual,  con un bloqueo económico – que muchos minimizan y creen que es el cuento de la buena pipa- y una economía solventada por el Estado la más de las veces, apostaría que más del 50 por ciento de nosotros estuviera hoy en la verdadera pobreza y marginalidad que viven las clases obreras en la mayoría de las naciones pobres y subdesarrolladas.

 

 

Es menester, por tanto, que el librito de la queja no se convierta también en un arma de doble filo, que simule un caos inexistente. El hambre, por ejemplo, ya es un tema recurrente y hasta manipulado en la propaganda enemiga. Hay hambre en Cuba, la gente se muere de hambre. Sí, en el mundo 850 millones de personas mueren de HAMBRE, pero en la lista de la FAO no aparecemos. Y este organismo chequea y es crediticio de seriedad y veracidad. Médicos sin Fronteras, en su último informe difundido el 15 de octubre en Madrid, asegura que hay 19 millones de niños amenazados por desnutrición severa en el planeta. Ninguno es cubano ni tunero.

 

 

La “golosina por la cebolla” no puede provocarnos ceguera ni amnesia. Es larga la lista de insatisfacciones que colgamos al susodicho de marras. Vale ser más objetivo y racional, sin plegarse a la apatía de otros tantos que prefieren callar para no buscarse problemas, “defenderse” a su manera –casi siempre ilegal y deshonesta- o esconder su incompetencia con la falta de recursos, la mala actitud de sus superiores o la contemplación colectiva.

 

 

Queremos cambios. Hacen falta cambios, pero no para perdernos en los laberintos oscuros de unos sí, otros no. Confundirnos, nunca. Nuestro proyecto es hoy un paradigma. Y si no es más viable, más integral, más pleno, es porque en alguna esquina perdimos esa gotica de pertenencia que le debemos todos. Ahh, y perdonen la reiteración del TODOS, pero es justamente eso, un asunto de todos y no de los que puedan estar en la acera del frente.

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