No le gustan las entrevistas, pero es fundador
Por Graciela Guerrero Garay Foto: Reynaldo López Peña
Incuestionablemente no acepta entrevistas. Confiesa que nunca le ha gustado la publicidad, pero resulta que es el único fundador del Periódico 26 que se mantiene activo y desde ese primer día trabajó desmedidamente para aprender, con solo 17 años, a domar los riesgos y torturas de sentarse horas y más horas frente a un linotipo, con ese olor a plomo derretido, el ruido ensordecedor y un calor imposible de evadir ni en las mismas aspas del ventilador.
Callado, pero no lo suficiente como para impedir se integrara muy bien a un colectivo marcado por la jarana, los apasionados debates profesionales y la abundancia de criterios, sean a favor o en contra. Obstinado en sus metas y empeños, me prohibió que escribiera estas líneas, más yo, perseverante también, y con esa fiel amistad que nos une por casi 40 años lo desobedezco. Vale hacerlo.
Muchas madrugadas juntos desde los talleres de la Calle Colón. Horas interminables para encontrar el mejor diseño, una fotografía o cómo rellenar los cartuchos de tinta de la impresora, en aquellos tiempos en los que el Período Especial apretó la tuerca de la prensa cubana y era muy difícil imprimir las pruebas de galera y páginas. Así, a golpe de esfuerzo y ejemplo, habla este compañero infinito. Por eso corro el peligro de que me regañe y me quede con esa triste sensación de haberlo mortificado.
Lo prefiero antes de silenciar cuánto hizo y hace Roberto Escobar Aparicio por su segunda casa, a la que entró como ayudante de Justo Peña, el único linotipista de entonces. Recuerda que fue en mayo y en pocos meses lo dominaba todo. Se hizo linotipista.
José Infante Reyes, primer director que tuvo 26, ya fallecido, resaltaba siempre su virtud de innovar y aprender. Lo ejemplificaba con la idea que tuvo de confeccionar en cartón el teclado del linotipo para practicar donde pudiera, porque aquel solo equipo no daba abasto.
La vida de Robert – como le llamamos muchos – comenzó literalmente en el periódico, desde el gran despertar del 26 de julio de 1978. Su incansable voluntad le permitió estar en el mural de honor de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) como uno de los jóvenes destacados de aquella época. Los reconocimientos jamás faltan en su mesa de trabajo. Vanguardia Nacional, premios en Diseño, cursos de superación…
Hace muchos años cuando la tecnología llegó para humanizar los procesos productivos se preparó y ganó el título de Diseñador. Hoy es uno de nuestros dos diseñadores y un innovador sin límites. Siempre encuentra la manera de resolver problemas y urgencias. No se pueden cuantificar las veces que todo fue mejor gracias a sus manos salvadoras.
Madrugador, disciplinado, responsable, entre los primeros siempre, Robert es un As de oro en ese camino largo de armar el rompecabezas de cada edición. No olvidará jamás la prueba de fuego del alba de la Santa Ana, con su imagen ardiente, el miedo a fallar por culpa de la Dúplex y la locura de aquel reducido grupo de corajudos aprendices que, al estilo de Joan Manuel Serrat, hizo camino al andar.
En un complot que sabe a cariño y respeto, nuestra colega y directora Elena Diego le hurga en los recuerdos y Roberto le cuenta:
"Esa vieja máquina Dúplex estaba botada. Cuando llegó a la Calle Colón ya yo estaba ahí, con una brigada de La Habana que había venido para acondicionar el taller. Yo entré en mayo y cumplí los 18 allí. Y el linotipo… mira tenía un caldero de plomo derretido que, en la medida que uno trabajaba, se gastaba. De cada letra del teclado había 21 en unas cajas que eran parte de la máquina, y cada vez que tú escribías bajaban y se armaba un componedor, y este pasaba por el lugar de fundición y se formaban los lingotes de plomo. Así se hacía cada línea de texto y si era una cuartilla, imagínate, era un pegote de plomo así…"
Separa las manos y sonríe. Elena disfruta sus momentos. Hay pasión en sus gestos y palabras. El "viejo" Robert continúa hablando.
"Después el tipógrafo era quien ponía todo eso en la plana, acomodaba línea por línea, pero estas venían ordenadas. Eso que hago yo, diseño, pero manualmente. Las fotos eran con grabados, no se veían nada, aquello era lo más horroroso que había. Podías poner cualquier foto, de lo que fuera, que no se sabía bien qué era. Ya cuando vinimos para aquí para el poligráfico, en 1985, mejoró la calidad. Era otra máquina. Aquella era de los años 1800 y estaba botada. Si buscas en los archivos de esa época lo comprendes.
"Yo entré siendo un muchachito de 17 años y pasábamos tanto trabajo que llegaba a la casa y ni hablaba. Fui el ayudante de Justo Peña, aprendí con él, se hizo linotipista en Santiago y era el único que había. A los seis meses estaba evaluado de C y después de A y me hice hasta mecánico, cuando se rompía el equipo no había que buscar a nadie.
"Fue una locura aquello, todos los días, el periódico era diario. Entrábamos a la una de la tarde y a veces nos cogía la mañana del otro día. Dormíamos un poco y para atrás otra vez. Si terminábamos de madrugada era un triunfo, una alegría. Después, con los años, se formó otro linotipista y uno hacia cierre y nos rotábamos.
"Cuando vinimos para el poligráfico éramos cuatro linotipistas y diez estudiantes, y de ellos, uno se hizo linotipista, Roger Gómez, quien empezó aquí conmigo en el periódico y trabajó durante 20 años, y no parábamos tampoco, porque hacíamos a 26 diario y todas las producciones del poligráfico. Había papel y se producía de todo. Se trabajaba de siete de la mañana a tres de la tarde, de tres a once de la noche y de once a siete de la mañana. Teníamos que responder a los dos".
Inevitable también que no volvieran a su memoria aquellas intensas jornadas de entrega desmesurada al teclear los trabajos periodísticos, primero en el linotipo y luego en las únicas dos computadoras que tenía el periódico, al trasladarse en 1985 al "Alejo Carpentier". O las veces que llegado a casa, después de casi 20 horas de trabajo, lo fueran a buscar para arreglar el "bicho de plomo ardiente" que se trabó no más.
Mucho trabajo siempre, imparable, comprometido y hasta ingrato a la sazón. Compañeros que recuerda entre los fuegos del taller, los papeles rotos y el andar de un lado a otro por los pasillos con una prueba de plana, o el sube y baja escaleras para aclarar un texto o un título, los correctores Maricely, Marlenys, Valdés, Arturo… o Habana, el único linotipista que se quedó unos cuantos años porque los otros, quienes venían de provincias vecinas se iban, no aguantaban aquello.
No sabías que estabas en nuestra empecinada trampa, decididas a que nos hablaras de tus huellas por ti mismo, pero caramba hermano, teníamos que hacerlo. Aquí sigues con tus años y sacrificios, sorteando los momentos duros de la vida, pero nunca, ni en los peores, dejaste de estar frente al linotipo o la computadora, de ayudar, alertar y trabajar.
Puede que odies las entrevistas, empero eres fundador de 26… y de qué manera. No nos regañes, por favor. Nuestros lectores tienen que conocerte y nosotras necesitábamos atrapar tus sueños.
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