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No rompas el espejo

No rompas el espejo

 

 

Por Graciela Guerrero Garay         Fotos: De la Autora

Interrumpí el camino para decirle que era necesaria y útil. Negaba con la cabeza una y otra vez y enfilaba sus pequeños y marchitos ojos hacia sus piernas, encorvadas y sostenidas por el inseparable bastón. Ella, la anciana que conozco del día a día de los caminos del barrio, seguía aferrada a su deseo expreso de morir.

Las justas quejas tratan de justificar su angustia. Vive sola, en un apartamento en los bajos de un edificio cercano, pero daría cualquier cosa por un teléfono en aras de evitarse viajes infructuosos a la farmacia, al oculista, al correo, al taller de cocina… Se le hace muy difícil caminar, incluso para llegar hasta la cabina pública cercana, a menos de una cuadra.

No es la única anciana ni anciano que confiesa que le pesan demasiado los años, los hipos de soledad, los achaques y sostener la vida doméstica, a pesar de la chequera, las atenciones de la familia y hasta las bondades que reciben en determinados lugares públicos, donde siempre aparece un alma caritativa que los ubica delante del mostrador, los ayuda a cruzar una calle o les alivia el peso de los bolsos en algún recodo del trayecto.

La vejez huele a maldición inevitable, sobre todo cuando les toca seguir el rumbo en solitario por razones diversas. Indagué, -  en mi zona hay muchos ancianos-  y, aunque cada cual sostiene la carga de la edad según sus modos, encontré una variable psíquica común en la mayoría encuestada: se sienten una carga para los seres queridos y la sociedad.

No estoy lejos de formar parte de las estadísticas de los “adultos mayores” y, sin peinar muchas canas todavía, siento que el “edadismo”  tiene más aristas complejas de las que supone y hay estereotipos obsoletos que apuntan a esquinas discriminatorias sobre estas personas, según pone en debate público como un fenómeno global el Informe Mundial sobre el envejecimiento y la salud del año 2015, de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cuba no escapa de esta situación.

Las Tunas puede ser el espejo de las alertas que hace el documento de la OMS.  Su envejecimiento poblacional es una espiral en ascendencia y, a partir de mis sondeos, ni los mismos ancianos están preparados para el complejo proceso que llega con la edad o con lo que, también,  la OMS califica como “viejismo”, o sea el proceso prejuicioso por motivos de la edad. La anciana de mi barrio hizo énfasis en que su solicitud telefónica no clasificaba porque hay otras personas, con funciones públicas importantes, que no tienen el servicio y son los priorizados.

Otras y otros de mis encuestados referían que, por el hecho de ser jubilados, no se les concedía el derecho al llamado “Plan Jaba”, una facilidad que tienen las mujeres trabajadoras aquí para adquirir los productos normados en la canasta básica y no hacer las colas que se forman en las bodegas y las carnicerías. Solo si son impedidos físicos reciben el beneficio, posible también si alguien se apiada de sus estados visibles y los deja comprar de primeros. Sin embargo, la mayoría de estos ancianos trabajaron toda su vida.

Estas actitudes negativas hacia las personas mayores – destaca la OMS- están muy extendidas y son perjudiciales para su salud física y mental, en tanto alega son aspectos pocas veces tenidos en cuenta. La organización puntualiza que actualmente en el mundo hay unos 600 millones de personas que tienen 60 años o más, número que se duplicará en el 2025 y alcanzará los 2 000 millones en el 2050.

Cuba – según una información difundida en el periódico Granma – cerró el 2015 con el 19, 4 por ciento de sus habitantes con o más de 60 años (2 millones 176 mil 657 personas). La Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en esta misma fecha, señaló que Las Tunas tenía 99 mil 598 residentes en ese rango de edad. En su municipio capital, de igual nombre, suman 36 mil 771. Respecto a su población total, los adultos mayores representan el 18,5 y, en esta capital, el 17, 7 por ciento.

Las cifras aumentan y los pronósticos convierten el asunto en un tema priorizado por el Estado a sus distintas instancias. Ello se traduce en la construcción o remodelación de Hogares de Ancianos, Casas de Abuelos, prestaciones de ayudas monetarias, habilitación de cuidadores o asistencia social a domicilio a los más frágiles, pero no basta. Tampoco alcanza a todos y hay historias en las que las familias los desatienden por completo, aún cuando pueden asumirlo con esfuerzos.

Margaret Chan, Directora General de la OMS, enfatizó en que “en tiempos de retos impredecibles para la salud, ya sea el cambio climático, de nuevas enfermedades infecciosas o de la próxima bacteria que se haga resistente a los antibióticos, una tendencia es segura: el envejecimiento de la población se está acelerando en todo el mundo”.  La isla, en consecuencia, dejó plasmada su política en el 2014, aprobada por el Consejo de Ministros, pero sostenerla exige un trabajo integrado de toda la sociedad.

Estudios cubanos afirman que, no obstante, algunos funcionarios siguen viendo la atención a estos grupos etarios como un problema del MINSAP, tal vez por ser el organismo rector de la atención médica y sus cuidados en los Hogares y Casas de Abuelos. Salud Pública reconoce su protagonismo y asume el desafío, pero a la vez admite que si bien el programa del Médico y Enfermera de la Familia es una fortaleza, aún con sus problemas, han tenido que preparar a estos galenos, “porque conocen más sobre cómo atender a un lactante y a una embarazada, que a un adulto mayor”,  dice el doctor Alberto Ernesto Fernández Seco, jefe del Departamento de Adulto Mayor, Asistencia Social y Salud Mental del MINSAP, citado por la revista Bohemia Digital.

La publicación señala que el pasado año se capacitaron y elaboraron los protocolos de actuación en todas las patologías para el nivel primario de atención.  Como mínimo una vez al año, se debe hacer un examen periódico de salud que abarca una evaluación biológica, psicológica, social y funcional. Hasta noviembre del 2016 se realizaron en el país un 83,3 por ciento de éstos.

Sin embargo, los sondeos de esta reportera arrojaron que esas visitas a domicilio no la recuerdan los ancianos, sino cuando hay pesquisas y casi siempre quienes las hacen son estudiantes de Medicina. A cambio, reconocen que cuando van a los consultorios son bien atendidos y tratados con amor. El hecho no parece privativo de este territorio, pues el reportaje de marras dice que las averiguaciones en el municipio Plaza de la Revolución – el más envejecido de Cuba- corroboraron la ausencia del médico y enfermera de la familia en las casas de los encuestados.

El papalote puede estar hecho, pero no siempre vuela aunque haya viento, me dice la hija de un anciano a quien tiene que dejar solo porque no encuentra a nadie quien lo cuide y ella, único sustento económico del hogar, está obligada a trabajar. Pide el anonimato, porque “la problemática que tienen las familias para cuidar a sus padres y abuelos lo sabe todo el mundo. Yo solicité una silla de rueda y una cama  fowler. Siempre que iba al policlínico estaban rotas o no entraban nuevas. O se acabaron las que entraron, porque la lista es grande. Al fin, me dieron la silla casi al año. La cama todavía no ha llegado.  Y como yo, hay cientos.”

Otra queja mayoritaria es el tema del transporte público y las archiconocidas barreras arquitectónicas.  Las guaguas “Diana” son las que cubren las rutas de esta ciudad. La otra opción son los “camiones” privados.  Duele ver cómo y cuánto tienen que hacer los ancianos, con sus bastones, para poder abordarlos y, al bajarse, muchas veces es peor la tragedia y los sofocos. Los coches son punto y aparte. Además de los precios – porque la mayoría viola las tarifas estatales – la altura y lo estrecho del estribo los convierte en una alternativa imposible, solo viable “cuando no queda más remedio”, dice Adela Gómez, aquejada de Glaucoma y con serios problemas de visibilidad.

Muchas aristas grises quedan en el asunto.  El envejecimiento demográfico ocupa y preocupa al Estado y a las familias, incluso a quienes ya se saben cerca de ingresar a esas cifras de la llamada tercera edad. La esperanza de vida crece porque el mismo desarrollo del país y sus provincias lo propicia. La vejez no es una enfermedad ni nada maldito, como muchas veces está en el imaginario colectivo.

Vivir tantos años es un privilegio, pero no solo en papeles debe quedar la prioridad que tienen y merecen. Tampoco es tener salud gratuita ni acceso a las cátedras del Adulto Mayor. Es pensar en diseñar una arquitectura, desde la misma acera, que les garantice seguridad y crear una cultura del detalle que enaltezca verdaderamente a la vejez. Hacerles sentir, no solo en casa, que son valiosos seres que necesitamos.

Es triste escucharlos decir que son una carga. En su momento vital lo dieron todo y los más jóvenes somos el fruto de sus cosechas. Ahora nos toca devolverles más que afectos o darles medicamentos. Tal vez, digo yo, hace falta escucharlos y no creer que pensar por ellos es la mejor manera de ayudarlos.

Ni son tan frágiles ni dependientes. Esta puede ser la forma más discriminatoria con la cual laceramos su día a día, pues le exprimimos la autoestima y anulamos la utilidad de sus vidas. Las canas y las arrugas, inevitablemente, solo es cuestión de tiempo que  estén en el espejo de esos que hoy, muchas veces con desdén, los subestiman hasta con la leve ironía de un gesto aparentemente inofensivo. 

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