El difícil arte de las madrugadas
Texto y Fotos Graciela Guerrero Garay
El continuo “chis…chis...chis…chis”, rítmico e intermitente, hace que busques el sonido en medio de la noche y el silencio de las madrugadas. No siempre ocurre a la misma hora, pero nunca sucede antes de las doce ni después de las cinco de la mañana. Es un ritual exigente y roto únicamente por el eco de la fricción sobre el cemento. No importa si hace calor o frío, si llovió o sorprende alguna pertinaz llovizna. Ahí está él o ella, cual soldado de plomo de la luna y los amaneceres.
Creo que pocos piensan en estos hombres o mujeres cuando arrojan descuidadamente al pavimento el desperdicio que llevan en sus manos. Tampoco se valoran a sí mismos al llenar las calles de basura y chatarra. Por lo general, según he visto, la mayoría ignora sus presencias calladas entre los azotes del viento, el movimiento del tráfico, el polvo de las avenidas y el paso del tiempo.
En cambio, los cientos de trabajadores que en Cuba tienen de oficina las invisibles paredes del espacio y el cielo como techo, apenas duermen y día a día emprenden su labor con mucho sacrificio. Por todos los municipios de esta oriental provincia de Las Tunas los encuentras haciendo el difícil arte de las madrugadas, que algunos prolongan a las primeras horas de la mañana. Arduo trabajo que las más de las veces desempeñan sin los recursos necesarios.
En años, solo recuerdo alguna que otra ocasión en que disfrutaron la llegada de unos funcionales y modernos carritos para recoger los escombros y humanizarles su imprescindible menester social. Ya casi todos están sin piezas o no existen, pero los queridos barrenderos nuestros no se detienen. Cumplen su misión de sanidad con abnegada disciplina, sorteando los estrangulamientos y limitaciones que imponen las condiciones económicas del país y, también, factores subjetivos que deprecian la trascendencia de su cotidianidad.
George Borrego, quien limpia en el Consejo Popular número 18, del Reparto Santos, dice sentirse bien con su trabajo aunque solo lleva dos meses entre las filas de los empleados de Servicios Comunales en Las Tunas. Le interrumpo en su ritual cuando el amanecer empieza a dibujar el horizonte. Son las 4.00 de la mañana de un lunes de abril, pero puede ser cualquier mes del año.
“Me entregaron un overol nuevo y con la estimulación, el salario se compensa, pero no siempre cobramos igual. Bueno, zapatos, no; y el carrito me lo fabriqué yo mismo. Comienzo bien temprano y me apuro para que no me coja el apagón de las calles.”
Su observación coincide con varios señalamientos que han referido otros lectores: el alumbrado público se desconecta justamente sobre las 5 y 30 de la mañana, cuando una gran parte de los trabajadores sale a trabajar. George indica que el compañero que realiza esta labor, le informó que es una orientación del Gobierno. Sería bueno revisarlo ahora que el horario de verano nos adelantó una hora al reloj y en estas primeras horas todavía es de noche.
OTROS MOMENTOS
Por cualquier punto de la ciudad uno encuentra a estos hombres y mujeres que nos salvan de enfermedades y plagas dañinas. Miguel Baldoquín es otro de ellos. Le gusta su uniforme y opina que el bajo salario básico (250.00 pesos) es una de las causas que ocasionan la inestabilidad de los compañeros, pero él se siente muy bien y mejor que cuando trabajaba en menesteres de la albañilería en la empresa de la Construcción.
“Mi área es desde la Avenida 2 de Noviembre hasta el crucero del Ferrocarril, por el Reparto Santos y empiezo a las 5.00 a.m. Lo hago bien para ganar la estimulación y porque me gusta ser responsable. Tengo escoba y escobillón. La carretilla es algo incómoda, pero no hay carritos.”
Bajo el intenso sol del mediodía, apurando un vaso de agua que le da una vecina de mi cuadra, conozco a Nelson Cera, quien con serias afectaciones visuales, sigue barriendo las calles. Ya es parte de sí andar con la escoba y recogiendo el polvo, que las fuertes rachas de viento mete en los ojos y te incrusta en el cuerpo.
Nelson confiesa que siente un orgullo especial por su trabajo, aunque se está quedando ciego y tiene pendiente una respuesta sobre su proceso de jubilación. “En la zona me dijeron que verían mi problema, pero yo no puedo estar esperando sin hacer nada, me aburro en la casa y empecé a trabajar, también el salario hace mucha falta. Aquí estoy barriendo en la Avenida Primero de Enero.”
Su abnegación me hace recordar a Cantinflas y ese, su último filme, “El Barrendero”, que en 1981 trajo al celuloide la dignidad y complicidad de estos obreros que forman parte de la idiosincrasia de los barrios y los pueblos cubanos, mientras hay personas que llenan de papeles las esquinas, convierten en vertederos las zanjas o cunetas, los solares vacíos y el primer sitio que les parezca tierra de nadie.
Es la cultura que nos falta sobre el cuidado del medio ambiente y la negligencia ante el cumplimiento de nuestros deberes civiles, ciudadanos. En los amaneceres, callados y con ese rítmico “chis…chis…chis...chis…” cientos de obreros nos defienden por todo el país la salud y nos regalan, con los primeros rayos del sol, los caminos limpios con el arte de sus madrugadas. Con ellos debemos defender la vida y mantener la limpieza de estas casas grandes que son las ciudades en las que vivimos. Es una urgencia y una responsabilidad. Lo contrario, puede costar muy caro.
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