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Las sagradas palabras de tía Blanca

Las sagradas palabras de tía Blanca

Tía Blanca rodeada de su hija Adela (de pie al fondo), sobrinas y hermana

 

Por Graciela Guerrero Garay        Fotos: Cortesía familiar

Las Tunas.- En Blanca González Ramírez los días despiertan recuerdos pasionales por la Revolución. Octubre es especial. Camilo Cienfuegos formó parte de su vida y el Che, una estrella que alumbró cada piedra del camino, aunque lamenta no haberlo conocido personalmente. Era también una suerte de talismán para los campesinos y los colaboradores de los rebeldes. Soñó siempre que llegara por su casa y le pudiera colar una taza de café.

Tía Blanca es una anciana dulce, llena de esa fuerza guerrera y combatiente que lleva en su interior. Ni los hipos de ausencia que le asaltan cuando la glicemia sube o las isquemias vuelven le borran las memorias de la lucha clandestina, el batallar secreto del Movimiento 26 de Julio en los años 50.

Conocí a Camilo cuando bajó de la Sierra Maestra para organizar la huelga de abril. Vivíamos en Cauto el Paso y allí teníamos una botica, una farmacia pequeña. Camilo era extraordinario. Yo moriré con ellos en mi corazón, porque el Che era único también, como Fidel y Raúl, dice con la voz cortada por los suspiros que denuncian sentimientos y emociones puras.

En contacto con Miguel Capote San Román, el jefe del Movimiento 26 de Julio en la zona, apoyamos de muchas maneras la lucha, rememora despacio, tal como si la mente la llevara nuevamente allá, a la primavera de 1958, cuando su esposo  Ramón Avelino Guerrero le extrajo del cráneo un pedazo de metralla al revolucionario Nené López, a quien hirieron en el combate de La Estrella. Eso fue un 4 de mayo, en la casa de Miguel, recuerda. 

Humedece sus ojos. Es inevitable. En su sillón, donde pasa la mayor parte del tiempo por la vejez y las enfermedades, alerta y aconseja a sus nietos y bisnietos, le cuenta anécdotas y se pone feliz porque la visiten. Nunca la fue igual desde que murió Avelino – Toto para la mayoría y los allegados -, pero ella siguió mientras pudo como él quería: activa en las tareas de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y las actividades de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC).

-          Yo tuve que tener prácticamente escondidas a mis hijas mayores, porque la gente de Batista, la guardia rural, nos amenazaba que si descubrían que ayudábamos a los rebeldes nos las iban a quitar. Una vez, embarazada de Juan, uno de mis hijos varones, me cogieron presa. Yo les llevaba los mensajes a los rebeldes y medicamentos, que Avelino tenía en la botica.

-          Por eso cuando llegamos a Cauto el Paso, huyendo de Montes Grandes, donde vivíamos antes y Avelino corría peligro, conocimos a Capote y seguimos en la lucha clandestina. Al llegar Camilo a esa zona, vamos a una reunión con él, nos da las orientaciones precisas. Allí en La Estrella atacan a Camilo, matan a Romero y hay cuatro heridos. Y es cuando en casa de Miguel Capote, bien de noche ya, Avelino opera a Nené.

-          Nunca olvidaré ese gesto de Camilo hacia Avelino. Un comerciante de Río Cauto le trajo un sombrero. Cuando se pone el nuevo, lo mira y le dice “este es tuyo, enfermero”. Esas palabras suyas y ese sombrero, que antes de morir Avelino lo donó al Museo Provincial, fueron para nosotros un pacto eterno con la Revolución. Entre ellos creció una amistad y un compromiso enorme, reafirma mientras sus delicadas manos tratan de esconder las calladas lágrimas que mojan sus mejillas.

Sobrevuelan otras memorias. El octubre de 1959 y la tristeza de un pueblo entero, al anunciarse su desaparición aquel día 28 de ansiedad y desespero. Luego la falsa noticia de que había aparecido. Todavía vivían en Cauto el Paso.

-          El dolor tan grande, todo el mundo sin quererlo creer. Al triunfar la Revolución Camilo quería llevarse a Avelino para La Habana, porque se había ganado su confianza absoluta, hasta un día le dio el título de médico. No nos fuimos porque a él no le gustaba aquello allá. Camilo lo entendió. Era sencillo, jaranero, un compañero de verdad. Su tropa primero, después él, recalca y su dedo índice se agita una y otra vez.

Tía Blanca parece estar montada en su caballo, con aquellos faldones anchos para esconder en la barriga las medicinas que llevaría al campamento de Orlando Lara, el nombrado León del Llano por la audacia de mantener en jaque a los batistianos de Bayamo. O desafiar desde el silencio al asesino Melob Sosa, el coronel sicario que la cogió presa con ocho meses de embarazo con la seguridad  de que diría el paradero de su esposo.

Sus hipos de memoria no le arrebatan los nostálgicos amores de octubre. La vejez solo ennoblece más a esta guerrera del tiempo que, por suerte, puede regalarnos a un Camilo real 59 años después de que el avión en que viajaba hacia La Habana, procedente de Camagüey, cayó al mar.

Este 28 de octubre habrá nuevamente flores para el Héroe de Yaguajay. Es muy lúcido que tía Blanca afirme que también son para el Che. La historia no los unió en vano, de eso estoy tan convencida como ella. Octubre es de estos gigantes de Cuba y el pueblo.

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