El donaire de los Cuentapropistas
Por Graciela Guerrero Garay Fotos: De la Autora
Era mediodía y la gente iba con sus destinos de aquí para allá, con la misma prisa y tranquilidad de siempre. La ciudad, a esta hora de un viernes satinado con temperaturas algo invernales, simulaba no generar noticia alguna. Mi espíritu sabueso tampoco se conformaba a un regreso sin apuntes en la agenda.
Apareció el cartel, con una buena lista de opciones alimenticias, en uno de los portales ilustrativos de los retoques nuevos que validan el Proyecto Imagen en el centro capitalino del Balcón de Oriente. Apenas tres años atrás tanta urbanización y espejismo parecía una utopía. Camine otros dos metros y una puerta obligaba a detener el paso: la sala estaba llena de estantes de zapatos, que parecían poner en duda la credibilidad del anuncio, confección artesanal. Aquí descubrí el asunto a tratar, aunque no fuera una primicia.
El talento del trabajo por cuentapropia en Las Tunas es arte popular, cubano, digno de observar y vincular directamente con la ingeniosidad de un pueblo que, sin retórica, convierte el `polvo en riqueza. Y ahí está la diferencia de quienes lo apabullan con sus precios, si bien altos para los salarios medios, en equilibrio con la calidad de las terminaciones, la variedad de diseño, el colorido, valor utilitario y durabilidad de las materias primas.
Decir que desde el 2010 se incrementa considerablemente el número de personas insertadas en esa modalidad económica en el país y, básicamente, en nuestra provincia, es más que un aplauso noble para el reordenamiento de la economía, una opción con todos los derechos al empleo y la implementación de los Lineamientos. Es un despertar creador para los tuneros –léase cubanas y cubanos-.
Quien mira el hecho de encontrar un objeto que necesita o estuvo deficitario por años de los estantes del comercio estatal quizás solo valore el regocijo de tenerlo, pero los que defienden el concepto de que cubanía y cultura van apretados en un simple gesto del ciudadano común debe percibir que la labor de los trabajadores por cuenta propia rompe los esquema de la vulgaridad y abre ventanas a ese gusto estético añorado también por décadas, cuando el período especial puso candados a la industria y las producciones de artesanía local intentaron sustituirla.
Se nota la espiritualidad sin freno de sus hacedores y la cosecha de una semilla imprescindible en los tiempos de cambio, el amor y la valoración al trabajo con su correspondiente pago al esfuerzo, la dedicación y la sana competencia porque de ella, justo, depende la clientela, el ingreso y la sostenibilidad del negocio.
Incluso entre los jóvenes considero es más determinante esta enseñanza, si partimos de que hasta hoy todo egresado, de cualquier nivel, tenía una plaza segura en una empresa y las garantías llegaban por sí mismas. Ahora quienes deciden dar rumbo a sus vidas por estos caminos tienen que ser los mejores pues no son los únicos en su perfil. Esa motivación atrae la calidad, la excelencia, la perseverancia y la responsabilidad. Es bueno, de cualquier manera bueno.
El donaire de los cuentapropia llena de atractivos la ciudad e imprime un movimiento más dinámico a la rutina. Hasta la cortesía es más dada a saludarnos y saber que 201 variedades de nuevos servicios los tenemos ahí, en un paseo de semana o en los trillos cotidianos al trabajo o la escuela siembra ánimos. No borrar la huella y regarle abonos sanos, duraderos, depende de ellos pero también de que se mantenga la mano y el sentido abierto a las ideas por venir.
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