CRITERIO: Virus peligrosos
Por Graciela Guerrero Garay Fotomontaje: Chela
Hay muchas maneras de infectar el ambiente, sobre todo si trata de centros laborales, estudiantiles y de acceso público. No es exactamente con humo, ruido, residuales y otros agentes corrosivos para la salud. Esos solo afectan, por suerte o desgracia, a los que están en el radio de acción del elemento trasmisor.
Sin embargo, la tolerancia y el paternalismo, estén donde estén, son como esas virosis al estilo del SIDA: andan enmascarados siempre. Resulta que ambas actitudes – a mi juicio un modo suave de llevar la corrupción en los bolsillos- justifican, dan bola, minimizan y hasta se conmueven del que empaña la imagen de un colectivo.
Igual silencian lo que debe ser denuncia y hasta convierten en dioses a los extremistas, oportunistas, insuficientes y distorsionadores de cualquier meta realizable que signifique mejoras gremiales, credibilidad, eficacia y dignidad corporativa. Y, a veces, lo peor, según el rango de poder, sancionan a quienes defienden la ética y misión irreversible de un organismo, institución, núcleo político, asociación civil, comunidad o lo que represente un paso hacia delante a cualquier instancia.
Son enfermedades de la doble moral. Hacen cumplir aquello de haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago. En estos tiempos donde la aplicación de los Lineamientos de la Política Económica y Social de la Revolución es el camino hacia un socialismo próspero y sostenible, cuando buscamos de conjunto el mejoramiento humano –desde el rescate de los valores hasta el reordenamiento general de la sociedad- no se puede permitir que la tolerancia y el paternalismo sigan justificando lo que no tiene ni un pelito para agarrarlo.
Hay tolerancia cuando un hornero, por ejemplo, acepta la masa elaborada por el panadero sin la calidad requerida. O cuando se le sirve a un cliente un plato frío, recalentado o “pasadito”, sin que el jefe de cocina o de Salón mueva un dedo antes del maltrato o la queja. Están presentes al no llamar las cosas por su nombre y tirar un manto protector a lo mal hecho, para dar vía libre al conformismo, la indiferencia, la apatía o el silencio porque el (los) sujetos responsables son esa suerte de vacas sagradas que, generalmente, tenemos la tendencia de fabricarnos sin saber a ciencia cierta porqué.
En fin, resumen la maligna corriente - muy contaminante y riesgosa en los tiempos actuales- de no coger lucha y, en consecuencia, llenan de virus un debate objetivo de los problemas que detienen el cambio, frenan el aporte de valiosas ideas para el éxito personal y colectivo, y facilitan el camino para que se hagan héroes quienes de verdad tienen malas intenciones. Falsos héroes, claro está.
Por tanto, creo, son el binomio perfecto para revivir el adagio de “río revuelto, ganancia de pescadores”, porque entre más tolerantes y paternales resurjan o no vacunemos por ahí, más lejos estaremos de revalidar a la crítica y la autocrítica como las indispensables herramientas que son para trasmutar y cancelar lo mal hecho. La dialéctica del cambio y el salto hacia arriba no admiten virus de ese tipo. Son definitivamente peligrosos.
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