
Por Graciela Guerrero Garay
Es curioso con la facilidad que la gente enjuicia hoy cualquier cosa, por el simple hecho de que no sea de su agrado. Aunque es un mal netamente humano desde que Eva se comió la manzana podrida y Adán decidió darle el mordisco. De tal suerte, la verdad y la mentira se abrazaron y, a veces, se enreda tanto el hilo de la madeja que sacarlo al aire es todo un tema.
En asuntos de política, ideología, puntos de vista y preferencias el asunto alcanza tantas formas como seres vivos existen. La psiquis y el ego se funden para marcar al hombre y no siempre la sensata cordura, razonable e imparcial, prima en los análisis, sobre todo cuando se trata de “apuntar” a gobiernos, personalidades, naciones o entes de cierta publicidad.
La más de las veces quedan al margen de los enjuiciamientos argumentos y razones, los intereses de la mayoría. El “yo” intenta ganar la partida y todo lo que simule lo contrario a lo que se piensa, es malo. La realidad es evidente, sobrevuela el viejo dilema entre el bien y el mal o la lucha de contrarios.
Una febril carrera que al final defiende una verdad que se esconde en la cuestionada tesis de que “no es absoluta, sino relativa” y termina lacerando la moral, el derecho a la libre elección, la imagen o los afectos de grupos o individuos involucrados en el proceso, también marcado con cicatrices de violencia, irrespeto y actitudes demostrativas de extremo egoísmo, mala educación o ególatra parcialidad.
A ultranza, esta tendencia se pone de relieve en los cambios de las actuales corrientes ideológicas que sacuden los explotados pueblos de nuestra América y encuentran su clímax en los enfoques que valoran todo lo explícito e implícito de la realidad cubana. Empero, por siglos, nada escapa de estas “calabazas miopes” que pretenden estandarizar conceptos, manipular e
... (... continúa)