
Monólogo abierto para Cuba
Por Graciela Guerrero Garay
Las Tunas, Cuba (10 de Diciembre) – El reloj marca la 1 y 44 del amanecer del décimo día de Diciembre. Quizás sean los mismos trasnochados de siempre. No es un día de fiesta, pero los ruidos, los exabruptos, los chillidos y las palabras que se le antojen poner, a pulmón abierto, a las puertas de la madrugada son las mismas. Nunca he podido convencerme de que en Cuba se violan los Derechos Humanos. Se arreguindan por los pelos de ciertas normas ético – sociales que trasgreden con extraordinaria libertad la mayoría de los cubanos.
Es un pueblo alegre, picarescamente cuentero y juguetón. Disfruta intensamente de ese calor popular que trae en las venas. Tal vez por eso cada quien hace lo que le venga en gana, en horas y deshoras. En las calles no hay policías ni carros cisternas. Todo el mundo es socio, nagüe o compadre. Noche y día. Ese susto a que la guardia rural de palos o los casquitos “me confundan” con un desafecto se borró hace 50 años. Los que tiene la Revolución.
Me impacta la manera especial que se respetan los derechos humanos en toda esta Isla. Lo mismo encuentro a un negro – y no de cara linda ni pelo laceado- recibiendo un título universitario de Doctor o Ingeniero, que vestido de Gastronómico en un Hotel Cinco Estrellas, u ocupando un alto cargo de dirección. Ese mundo de las Sociedades para Blancos y Negros igual se fue a bolina. Estudia, trabaja, va al médico gratis, tiene techo, carro y pensión un cubano congo que carabalí.
(... continúa)