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Se muestran los artículos pertenecientes a Diciembre de 2005.

Mi mejor amigo

Por Graciela Guerrero Garay

Nunca es fácil escribir de un amigo, sin que te gane el sentimiento y, en asuntos de letras, corras el riesgo de poner un adjetivo de más o añadirle una virtud que otros no vean. Si este amigo es especial, universal, como el mío, el peligro es mayor. Pero, ¿cómo llamar a un hombre que ha detenido sus pasos para saludar a un labriego, que ha puesto su pecho en primera fila, a las primeras balas, sin importarle quién es y lo que merece?

¿Cómo ignorar que, gracias a él, mi suegra, una humilde campesina de los montes de Guaracabuya, en un paraje perdido de Villa Clara, hoy sabe estampar su firma y no usar sus huellas digitales, como lo hizo hasta el 61 cual si fuera una potencial prófuga de la justicia? ¿ Qué hago, o que calificativo busco, para nombrármelo en el alma cuando descubrí la historia de mi esposo, que cogió una libreta por primera vez a los 16 años porque él llenó de escuelas todo el Escambray, cambiando la maleza por edificios modernos, ESBEC y cuanto inmueble hacia falta?

¿Qué bautizo le hago en mi corazón si mi padre, con escasos cien pesos de salario, pudo sostener que sus cuatro hijos hoy sean profesionales, y cuando eso no había universidad en Las Tunas? ¿ Quién, sino un amigo, reparte los excesos de unos y lo entrega a los otros, aunque no sea bien recibido por los que guardaban para sí lo que los más mendigaban a sus ojos? ¿Dónde buscar otra categoría afectiva, si cambió los terraplenes por calles, los cuarteles en escuelas, el marabú por ciudades, hizo hospitales en la punta de una loma, racionalizó de a poquito el pan para que todos comieran algo y hasta ahora mismo, anda metido en asuntos domésticos para que, trabajen o no trabajen, las mujeres aligeren el entuerto de la cocina, cuando la mayoría de sus iguales buscan una isla de nudismo donde pasar el verano o ajustan el presupuesto de sus pueblos para fabricar la última metralla que los sostenga en el podio del poder?

Mi amigo, no hay dudas. Aunque tenga que salvarlo de nuestros enemigos. De esos que creen que la vida es tener un penthouse, un Mercedes Benz o un lunch a la francesa, así no más, de regalía. Mi amigo, por suerte, sabe que vivir es sacrificio, es agradecer el derecho de respirar el aire sin napalm, es catar el valor de la sabiduría y disfrutar la muerte de la ignorancia. Es tener salud, libertad, hacer caminos y construir puentes, no importa si eres blanco, negro, mestizo, albino, hereje o religioso.

Mi amigo, aunque yo misma no entienda, a veces, cómo puede dar tanto y tanto sin ser dios. O, cómo, todavía, podemos convivir sin contagiarnos con su magia y andar, o intentar, mirarnos desde adentro, como él lo hace, y le mutilemos la grandeza de su espíritu y su bondad, con el simple descuido de no llamarle AMIGO.

Mas no importa, Fidel de los cantares. Tú también me enseñaste que todo tiene un precio y que el verdadero amor no es, sino con una lágrima, tan pura como el amor mismo. Gracias, muchas, por dejarme ser y demostrarme que los hombres de verdad son esos, los AMIGOS.

 

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¿Paraguas o sombrillas?

Por Graciela Guerrero Garay

Años llevan los paraguas rodando por el mundo y parece que no pararán. Desde que los franceses anotaron el punto de ser los primeros en utilizarlos en el siglo XVI, muchas damas, de todas las épocas, se dejaron hacer un óleo o un trazo para simular sus siluetas, a veces desnudas, bajo el picaresco y encubridor artefacto, confeccionado con tela, en sus orígenes, y varillas de metal.

Pero la historia de estos amigos protectores de la lluvia y el sol, no es tan sencilla. Al robusto paraguas alguien le buscó su pareja, la sombrilla. Y también los llenó de supersticiones. De esta suerte, se cuenta que nunca deben abrirse en el interior de la casa, ni siquiera en un recinto cerrado y tampoco en el vestíbulo o porche de cualquier lugar. Hacerlo da rienda suelta a un mal que, en ocasiones, puede desencadenar la muerte. Este maleficio es relativamente reciente, pues como tales, no fueron introducidos en Europa hasta el siglo XVII.

Su simbología procede de los parasoles orientales, representativos de la realeza que dimana de la divinidad, y del palio. Desde ese ángulo, se interpretaba que usurpar la condición divina por medio del uso de ambos objetos era interrumpir el itinerario del reino de la luz (el sol), y contribuía a desairar a los dioses. Por eso sólo se permitía que, excepcionalmente, se usara para cobijo y protección en las salidas al exterior.

Otras concepciones más racionalistas argumentan que esta superstición la crearon, de forma artificial, a principios de introducir su uso en Europa, con el fin de evitar los posibles accidentes que provocaban los primeros y desprevenidos usuarios del armatoste, al intentar abrirlo. Sin embargo, prevalece la creencia, que involucra igualmente las fuerzas del bien y, para algunos, usar un paraguas un día soleado es invocar la lluvia. A los tuneros nos vendría de maravillas, ¿cierto o falso?

La sombrilla parece quedarse al margen de los sortilegios, mire usted si el machismo es viejo. El problema es el señor, que si se nos cae anuncia una decepción en el amor o en los negocios y, siempre, debe ser otra persona la que lo recoja del suelo para evitar el riesgo.

Y no crea que termina ahí la historia del paraguas. Resulta que si se usa de ventilador, girándolo y girándolo, espanta la suerte y si, impulsado por el viento, se vuelve hacia atrás, también. Ah, y no se le ocurra colocarlo sobre la cama y tampoco sobre una mesa, aunque si alguien le olvida en un lugar extraño, es signo de que el destino le tiene reservada alguna sorpresa agradable.

Verdades o mentiras, leyendas o populismo, no podemos negar que en este verano no hay mejor compañero que ese aparato, masculino o femenino, digo, paraguas o sombrilla, para protegernos del bendito sol de oriente. Si quiere, créase la historia o el cuento de los ascentros, pero nunca crea que es mejor caminar sin estos objetos utilitarios que le ayudan a conservar la lozanía y evitar las enfermedades de la piel que, sin dudas, ocasiona la exposición prolongada bajo el rey amarillo, que está que corta, como dice el viejo Anselmo, quien prefiere andar "disfrazao de espantapájaro que pirimpimpinto", mientras pregona por ahí..."limones, traigo limoneeeeeesss". Decida usted.


Una madre busca en su interior los recuerdos ante la injusta y obligada ausencia de su hijo. En el mundo, la gente de buena voluntad y principios meridianos alza su voz o firma para que termine la falsedad de un violado proceso judicial. Amar y defender la paz de los hermanos de la tierra y los suyos propios, no puede ser delito. Eso es derecho de ser...

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Por Graciela Guerrero Garay

En su rostro no habita la tristeza. Algo muy fuerte, desde el interior de su alma, le guardó las lágrimas aunque en las tardes de domingo los recuerdos toquen las puertas de la ansiedad y el silencio. Es como un ritual sagrado, donde cada cosa tiene su espacio y su misión concreta. Donde cada minuto trae de vuelta un gesto, una palabra, una acción.

A simple vista no se puede captar la hondura de la herida ni el descalabro emocional de la ausencia. Tampoco hay frases registradas para ilustrar los sentimientos de dolor, más si la injusticia y la impiedad le alejan el fruto genuino de su vientre.

El tiempo no borra la impaciencia. Al contrario, cada día es más largo, más intenso. Tiene que multiplicarse la voluntad y aferrarse a ese instinto humano que hace confiar en la esperanza, los sueños y el amor. Por suerte, no está sola. Nunca lo ha estado. René no le puede dar los abrazos de siempre ni regalarle la sonrisa del sol que trae retenida en sus ojos, pero muchos otros hijos le han nacido. Esta es la fortaleza que sostiene a Irma Sehwerert Mileham.

Tuve el honor de conocerla personalmente durante una visita a Las Tunas, donde se hizo el milagro de estrenar las páginas del libro Vida de Antonio Maceo, editado por la editorial Sanlope y tejido con el verbo y la pluma de Antonio Guerrero Rodríguez, el poeta de los CINCO, desde la misma celda en que está recluido en tierra americana. Allí no estaba solamente la obra de Tony. Estaba René, Gerardo, Fernando y Ramón.

Irma tampoco está sola. Mirtha, la madre de Antonio, le acompaña. Y uno siente, al encuentro, que nada es imposible para una madre, cuando decide apostar por la verdad y dejar que la virtud del hombre abra su propio camino, se haga luz y diga por sí misma.

TALANDO LA MIRADA

No hay mucho tiempo para vivir. Nunca se sabe. Quizás, por eso, Irma busque algún sillón para atraer las memorias y guste de estar quieta, en silencio, por varias horas. René es pequeñito. Estrena sus pasos en Cuba, descubre los barrios de La Habana. Se asombra del vuelo de una mariposa y se apega a su Patria y sus costumbres. Son los primeros años de la repatriación. Irma los califica de terrible. Pasó mucho trabajo y estos accidentes del destino tienen bastante que ver con los años del futuro, ahora en presente.

Me confiesa que todo esto templó el carácter de la familia. René siempre fue serio, decidido, pero muy cariñoso y apegado a la familia. Ella fue madre y padre, cobija y regaño. Autoridad y mimo. El vacío enorme de ahora se acrecienta los domingos, pues era un hábito inviolable las reuniones en la casa materna.

Me parece verlo llegar, darme el abrazo prolongado, contarme sus cosas, proyectar sus sueños, me dice Irma y un brillo delatador le hace quitarse los espejuelos. No puedo sustraerme a esta emoción, revivirla. Es muy duro, pero no solo para mí. Sus hijas apenas le conocen. No dejaron que las disfrutara, que las pudiera ver crecer, llevar a la escuela, jugar, agrega, y la voz se hace trémula en la comisura de sus labios.

Ibet, continúa, tenía cuatro meses cuando lo cogieron preso. Ya tiene dos años y medio y no lo ha visto. Olguita hace más de tres que no recibe un beso de René. Nadie puede valorar cuánto se siente todo esto, y saber que el único delito que cometió fue el de salvar a su pueblo del terrorismo, al igual que sus hermanos de lucha.

(... continúa)

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