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A mi madre, juntas siempre.

A mi madre, juntas siempre.

Mami…

Todo está vivo, es inevitable. Mi memoria puede nublarse de gris/blanco. Mi alma, no. Cinco años que son siglos desde entonces, con todos sus segundos infinitos, dolorosos. Eras mi amiga plena, mi refugio, ese oasis que uno quiere tener y jamás tiene. Me enseñaste que existía con tus besos y abrazos, tus consejos, tu apoyo, aún cuando mi rebeldía chocara con tu dócil  y equilibrada ternura. Ando perdida desde entonces, con una pieza rota que no acepto.

Siempre juntas en lo bueno y lo malo. Te lo debo todo, mi vieja. Todo. Nuestra fe católica, los viajes a la iglesia, el amor incondicional que siento por mi hijo,  el pedestal que debe ser la familia, el hogar, los hermanos, el sacrificio que significa cosechar en esta tierra bienes en el cielo para ganar la luz eterna que ganaste y que llena mi zigzagueante opacidad. Esa luz desde la que me muestras la esperanza y me empujas. O me regalas el guiño de una estrella. O la energía que debo tener cada mañana. O me sacudes para espantar los demonios.

Esa es mi suerte, que todo está vivo y que tú mi guerrera, guerrera, me hiciste un buen soldado. Cada 12 de junio es inevitable el aguacero. Hoy también llueve. Y volvemos las dos a mirar por la ventana, a tirarle barquitos de papel a la corriente, a reírnos de tus cuentos, a recordar tu Cascorro querido, la panacea de mi infancia y los abuelos.

Ay, mami, cómo escribir ahora tus virtudes perpetuas, tu humildad, tu carisma, tus desvelos profundos por nosotros. Cómo escribir, si tus huellas me llenan y no se me quita el nudo en la garganta. Me quedo, pues, un rato en tu hombro, como siempre, y te busco en la frescura de las nubes. Ahí, aunque esté nublado, está tu luz. Esa divina luz que me da vida. Eternamente, te amo madre mía. Cinco años que son siglos desde entonces y donde tú, mami, no dejas de estar conmigo en todas partes. Esa es mi suerte cada día. Bendecido sea tu espíritu por siempre.

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