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Después de la Santa Ana

Después de la Santa Ana

 

Texto y Fotos Graciela Guerrero Garay

No somos ricos, pero vivimos en paz, dijo balbuceando la abuela de 92 años, ciega por la diabetes que padece, pero vivaz y alegre como cuando hace más de medio siglo allá por Mateo Sánchez, en Mayarí Abajo, ponía tiritas de colores en la mochila de saco de su hija Julia para que fuera a la escuela.

En el televisor se escuchaba la voz del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en su discurso pronunciado en Artemisa durante el acto central nacional por el 26 de Julio, el sábado ante la presencia de ocho mil artemiseños en representación de todos los cubanos y cubanas.

Lamenté, entonces, no andar con la cámara y tomarle la foto a esta anciana que bien supo la crudeza de los montes antes de 1959. Su hija- mi amiga- la cuida ahora en Las Tunas y llegué allí sin haberlo previsto. Conozco su historia por la cercanía afectiva  y también de los bríos de esta madre por salvar a sus siete hijos del hambre y la ignorancia.

Los despertaba con el ruido del guayo, pues los sostenía rayando maíz en la madrugada. Ya había triunfado la Revolución y todavía vivían silvestres. Buscando agua del río y leña entre la zarza del campo, crecieron todos. Por eso cuando sus hijas se incorporaron, con más de doce años, a las becas para la escuela Ana Betancourt, amó a Fidel Castro y por muy mal que ande su salud hay que ponerle los discursos del 26 de Julio, el Noticiero de Cubavisión y Radio Victoria, para escuchar las noticias y la música.

“Yo no veo, pero oigo y me gusta cantar, y tengo a Fidel y a Raúl y a todos aquí” – me dice con su hablar entrecortado por la enfermedad y se pone las manos en la cabeza.

Este trozo de vida de la historia de una humilde mujer campesina, muy pobre y analfabeta - hasta que llegó la Campaña de Alfabetización a Mayarí Abajo- quizás, para muchos, sea el alarde de un rejuego político y fanático por la Revolución. Sin embargo es la esencia de lo que sienten las cubanas y cubanos cuando dicen, conscientes y dignos, Siempre es 26, porque allí, en el decoro de la victoria de los asaltantes a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, comenzó su verdadera vida.

Tal vez no lo sabían, pero la paz y el mejoramiento humano estaban ahí. Esta abuela lo comprendió años después, y no han podido borrarlo de su memoria ni los hipos de amnesia que sufre por las secuelas de sus repetidas isquemias cerebrales. La mayoría de los montes de Cuba hoy son micro- ciudades  electrificadas, con agua potable, consultorios médicos, carreteras y viviendas de mampostería. Un sueño de hadas o un cuento de ciencia ficción en aquellos tiempos, cuando Evangelina Zayas andaba, por las tierras de Mateo Sánchez, descalza con el fango a la rodilla.

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