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Una invasión de hechiceras deja huellas en Las Tunas

Una invasión de hechiceras deja huellas en Las Tunas

 

Texto y Fotos Graciela Guerrero Garay

La noche estaba ahí con sus nubes de estrellas y la brisa, esperada todo el día para espantar el calor. La luna, quizás, parecía más ensombrecida y despertó al descubrir que cientos de hechiceras invadirían la ciudad. Rompían esquemas armados bajo la rigidez de la tradición patriarcal, herida de muerte con el boom de las minifaldas y los desnudos artísticos.

No había pasarelas. Solo las luces de neón, de vez en vez, coqueteaban con los brillos del carmín y las lentejuelas de los vestuarios. Estaban hermosas. Casi ninguna ocultaba sus canas con tintes de modas. Eran iguales, incluso las niñas, entre el sonido de la música, los aplausos y el olor a cocina cubana que traía el aire.

Tres días después, justo esta tarde del martes 26, en la casa de Rosa Tamayo, la Secretaria del Bloque 68-A, del municipio Las Tunas, comentaban lo “bonita que les quedó la actividad”, mientras hacían unas cadenetas para el acto de inicio del curso escolar en la escuela del barrio, la “Tony Alomá Serrano”. Y Arliet, la nieta de una de las enfermeras jubiladas de la comunidad, silenció la charla de manera magistral: “yo si gocé con Laritza Bacallao y le gané la competencia a Lesyanis”. Una carcajada secundó sus palabras.

Las hechiceras no andan montadas sobre escobas. Trabajan, estudian, son amas de casa, disfrutan de la mejor manera la ancianidad, se dedican a cocer, bordar, arreglar los jardines, llevar a los bisnietos a la escuela, hacer las colas en la carnicería y el mercado… en fin, son cubanas… mujeres que desafían el reto del tiempo y hacen caminos nuevos o van por los mejores.

Nadie les patrocinó la fiesta de este 23 de Agosto, fecha en la cual en 1960 se fundó la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Sus dones de magas convierten el satín en tentación, como una frutabomba en el más sabroso de los dulces. Unas con esto y otras con aquello, llenaron mesas de ese halo exquisito de la comida cubana, la que casi nadie olvida aunque ande de viaje por el polo.

Casi tres horas bajo el influjo de las estrellas. Momentos, homenaje, encuentros. Una invasión de amor intacta, aún cuando al sacar cuentas sean 54 años… pero el tiempo no trae  borradores de tintas para las tuneras. Ellas, como cubanas, aprendieron que ser mujer no es un castigo de Dios, sino una bendición que en la Isla del Tocororo es ser feliz, porque la gracia de plenitud se lleva dentro.

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