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Educación formal y valores

Educación formal y valores

 

¿Temas recurrentes?

Texto y fotos Graciela Guerrero Garay

El hábito hace al monje, reza un refrán que se apega a muchas cosas que conforman la existencia del hombre moderno, quien justifica con la prisa de la vida cotidiana y las dificultades materiales el descuido o la irresponsabilidad que denota su comportamiento ciudadano. No es un fenómeno cubano, como muchos creen y dicen. Es una globalización de la decadencia de valores que envuelve al mundo y encuentra mil caminos y maneras de transculturizarse.

Los que no han perdido todavía la memoria – a veces sucede o simula al una enfrentarse al más simple sondeo periodístico – recordarán que la costumbre de comer todos en familia era un ritual en los hogares cubanos. Había que servir la mesa y tenían que estar todos a la mesa. Tampoco faltaba el juego de cubiertos: cuchillo, tenedor, cuchara y cucharita. Servilletas y vasos. Plato hondo y plato llano. Pozuela para el postre. Así educaron los abuelos y devenía tradición hasta en la más humilde casa. Ser pobre no significa ser mal educado, también enseñaron.

Esa generación que en Cuba asumió con tanto decoro la moral y la virtud familiar está viva. Los más viejos son bisabuelos de las niñas y niños que andan hoy por las escuelas primarias. El resto es abuelo y padre del más de millón y medio de los adolescentes entre 10 y 19 años existentes en las secundarias, preuniversitarios, politécnicos y primeros años de la universidad. Este segmento etario  es casi el 14 por ciento de la población actual del país. Muchos de ellos, incluso, son padres y madres de los más pequeños cubanos de hoy.

Estos hechos y cifras no deben marginarse al mirar con profundidad e intención solucionadora el problema de la desvirtuación de los valores humanos y hábitos como el de comer, o mejor, saber comer, que es algo más que engullir y engullir para satisfacer una necesidad biológica.  Tampoco es correcto – creo- coger al gato por el rabo sin mirarle la cabeza. Muchas razones, con razón y sin razón, han degradado con el tiempo que hoy sentarse a la mesa y alimentarse con todas las de la ley sea místico para la mayoría de la juventud y nada que se parezca a las costumbres de antaño.

El período especial, que casi lo carga todo, lo malo por supuesto, no es el responsable. Los problemas vienen de mucho antes y, aunque en los sondeos realizados a una treintena de lectores de varias edades y profesiones, incluidos los estudiantes, nadie pudo dar un argumento convincente de cuando se rompió el hábito correcto en el hogar, supimos por qué el cuchillo no está en la mesa de todos los días, aún cuando el menú lo requiere: este cubierto, desterrado por más del 60 por ciento de los entrevistados,  es “para los restaurantes u ocasiones especiales. Si hay visita en la casa o alguna comida en que no pueda ignorarse su uso”.

Más fácil y rápido es comer con cuchara – opinaron- o con tenedor. Los jóvenes, 20 de 35 a los que hice la sencilla pregunta de con qué tu comes, la prefieren o combinan su uso con el tenedor. Se sienten cómodos y así les gusta. Ninguna de las ocho familias que visité pone la mesa ni comen todos juntos. Donde hay niños pequeños de edad escolar o círculos infantiles, se alimentan primero y los demás lo hacen según llegan o terminan las tareas o divertimentos que realizan, al regresar del trabajo o la escuela. Los adolescentes entran por la puerta “muertos de hambre” y la mayoría, si no hay alguna merienda previa, come y se baña después.

Aunque a alguien pueda parecerle cómico, hasta en este último detalle se viola la matriz familiar. Seguramente a muchos nos inculcaron que “había que bañarse antes de comer, porque sino te podías morir por parálisis digestiva”, además que a la mesa se iba limpio y fresco y luego a reposar. La realidad es que se suele comer la más de las veces por orden de llegada a casa, el que se baña lo hace después y si la comida no está en los horarios clásicos, acontece a cualquier hora.

EN LAS OTRAS CASAS GRANDES

Las escuelas internas, desde los círculos infantiles, tienen bien definidos sus horarios de merienda y almuerzos, pero adolecen, en la mayoría, de juegos de cubiertos completos para fomentar el buen uso de los mismos. Las bandejas remplazaron los platos y los pozuelos, incluso en los comedores obreros, hospitales y centros diversos donde se incluye el servicio alimentario. En las externas conspira el uso de pomos como opción más factible para llevar los líquidos y hacer más ágil el tiempo de receso, fundamentalmente en los grados iniciales.

Gastronomía es otro espejo manchado. A pesar de que hay un rescate por elevar la calidad de los servicios, el robo de los cubiertos pone la nota de no montar en la mesa, a no ser en restaurantes de categorías y una administración exigente, todo lo que lleva y necesita el buen comer. Presupuestos, orden de prioridad, gestión empresarial y un deterioro gradual de la imagen corporativa del sector menoscaban el fomento de esta tradición y obligan, de algún modo, a que a la hora de reflejar educación todos sean iguales: quienes las tienen o no. ¿Quién no chocó alguna vez con que le pusieron una cuchara para comerse una pizza?

En los paladares y casas de renta, empero, es todo lo contrario. Hasta palillos de dientes encuentras a tu disposición. Sin embargo, en las guarderías particulares no siempre los pequeñitos comen como debe ser. Unas por la cantidad de niños que tienen a su cargo y otras porque los padres le llevan la comida envasada en pozuelas y biberones y una simple cucharita.

Hasta se podría incluir en el desarraigo del buen hábito de comer la oferta de comida en cajitas en las fiestas populares, el campismo, el transporte ferroviario, las movilizaciones masivas, las contiendas en campañas. Es una cadena que atrapa malsanamente algo más que los espacios domésticos y escolares. Un hecho repetitivo que envuelve al ciudadano común y lo acostumbra a esta ligereza de conducta. A coger con la mano o un simple papelito cualquier alimento y sigue… sigue caminando.

Es un asunto para mirar bien hondo, como todos los valores que sentimos se desdibujan y no tenemos respuestas convincentes. Están, las más justificadas de manera auto contemplativa, buscando siempre hacia fuera, echándole la culpa a otros, con razón y sin razón, reitero. Un tema que no puede acabar en estas líneas porque vale la pena perseguirlo. Mientras no seamos la sociedad que queremos, ni formemos ni logremos un ciudadano lo más digno y virtuoso posible, no  es este un tema recurrente. Otras miradas y análisis esperan.

 

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