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La Lupe del Comandante Almeida

La Lupe del Comandante Almeida

 

Por Graciela Guerrero Garay

 

 

Este lunes amaneció con sus decideres habituales. Aunque realmente no es así. Los tuneros, como todos los cubanos, madrugaron para ir al trabajo. Unos, en los ómnibus locales, otros en sus bicicletas, algunos a pie según la distancia.

 

Muchos también cogen las llamadas “botellas”, que es sacar la mano lo más que puedas para que el chofer de paso ponga su cuota de solidaridad matinal y te transporte. En fin, un lunes lleno de un calor que ya se torna insoportable, un sol que despertó al parecer con el estómago vacío y quiere llenarse rápido calentando y dorando todo cuanto encuentre… Y lo que decía, parece un día normal, pero no lo es. En el corazón hay un hipo de ausencia, un dolor silencioso, una verdad irreversible: el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque nunca tendrá presencia física en estas tierras queridas.

 

Mas, con toda esta realidad irreversible, no nos dejó solos. Su obra palpitará siempre en la Isla de Cuba. El cariño que ganó no tendrá la mala idea de esfumarse. El recuerdo amoroso que cultivó desde que un día, muy niño aún, apuntaló con la virtud será eterno.

 

Y esta Lupita, su canción emblema, tarareada por millones de cubanos, generaciones de generaciones, por mexicanos, por latinoamericanos, por europeos, africanos… por miles de miles, está aquí, inmortalizando una vez más esa infinita gloria que cabe en un simple grano de maíz, enseñando que lo noble, lo puro, lo escrito o fabricado desde el corazón es eterno.

 

Esta es La Lupe de Juan Almeida Bosque. Un poema épico al amor y al combate. El Comandante de la Revolución Cubana, este orgullo nuestro que ya es héroe y talismán, nació para quedarse. Hay muchas, muchísimas razones para que esta verdad también sea irreversible.

 

La Lupe

(Juan Almeida)

 

Ya me voy de tu tierra,
mexicana bonita,
bondadosa y gentil,
y lo hago emocionado
como si en ella dejara
un pedazo de mí.

Ya me voy, linda Lupe,
y me llevo conmigo
un rayito de luz
que me dieron tus ojos,
virgen guadalupana,
la tarde en que te vi.

Golondrina sin nido
era yo en el camino
cuando te conocí.
Tú me abriste tu pecho
con amor bien sentido;
yo me anidé en ti

Y ahora que me alejo
para el deber cumplir,
que mi tierra me llama
a vencer o a morir,
no me olvides, Lupita;
ay, acuérdate de mí.

 

(1956)

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