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Escultura en Las Tunas: Apuntalar y crecer

Escultura en Las Tunas: Apuntalar y crecer

 

Por Roger Aguilera       Foto: Rey López 

Una patrimonial colección de obras donadas por prestigiosos artistas, justifican que a Las Tunas se le continúe llamando Capital de la Escultura en Cuba; pero el desarrollo de esta manifestación se ha detenido en el tiempo, en esa singular ciudad.

La Fuente de Las Antillas representa el símbolo del arte tridimensional en esta urbe del oriente cubano, por su calidad y la autoría de Rita Longa Aróstegui, reconocida como una de las mejores escultoras de la Isla en todos los tiempos.


Su inauguración el 24 de febrero de 1977, constituyó un acontecimiento en el Balcón del Oriente Cubano, pues ese día Rita exclamó: Las Tunas es la capital de la escultura en Cuba. Lo decía en su condición de presidenta del Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental (CODEMA) y por haberse terminado una obra tan compleja y de alto valor cultural.


Desde entonces a los dominios tuneros llegaban cada año los más importantes escultores de la ínsula, con el compromiso de aportar una obra para ambientar espacios públicos de la urbe y de pequeño formato con el objetivo de conformar una colección.


De ello se derivó que se emplazaran obras monumentarias de afamados artistas como José Antonio Díaz Peláez, Sergio Martínez, Manuel Chiong, Ángel Iñigo, Juan Esnart, Herminio Escalona y Pedro Vega, entre otros, y se fomentara una amplia e interesante colección de más de 300 obras de pequeño formato (la más amplia del archipiélago), entre las que se encuentran los bocetos de La Bailarina (emblema del cabaret Tropicana), de Rita Longa, y Don Quijote de América, emplazado en 23 y J, en la Habana.


Para el escultor Manuel Montero y la crítica de arte Bárbara Carmenate, el valor de las piezas monumentarias y pequeñas piezas es lo que apuntala a Las Tunas como la capital de la Escultura en Cuba, pues en esta localidad están presentes las huellas de los más afamados escultores cubanos, la mayoría desaparecidos ya.
Además –sostiene Carmenate— a Las Tunas se le debe que cuando el movimiento escultórico estaba en plena decadencia en el país, esta localidad le sirvió de cobija, aunque también se nutrió de las obras de marras y fuera sede permanente de una bienal, que ya no cubre las expectativas iniciales.

Hoy la escultura en la nación no presenta igual situación que hace cuatro décadas, hay vitalidad en este arte y a los artistas no les urge reunirse en Las Tunas para discutir sus problemas profesionales ni recibir el apoyo desde esta localidad.
Si en 1977 no había escultores nativos, ahora Las Tunas cuenta con más de 10 académicos que se dedican a esta labor profesionalmente, que bien pueden asumir la responsabilidad de trabajar para conservar las piezas que sufren deterioros y proponer otros proyectos que afiancen al territorio a conservar su nominación como Capital de la Escultura en Cuba, que es igual a una ciudad más interesante para sus propios hijos y foráneos.


Ello depende de la voluntad de los artistas y la necesaria logística, pues vale la pena proteger una manifestación que identifica y le da personalidad propia a la urbe.

A esta manera de hacer arte se han escapado esculturas figurativas a escala urbanística de Juan Nápoles Fajardo (El Cucalambé), el mayor poeta popular cubano del siglo XIX; o del comunero Charles Peisso, quien combatió contra los españoles en esos predios; la leyenda del Caballo Blanco y más reciente Teófilo Stevenson, el más espectacular boxeador aficionado del mundo, entre otros ejemplos.
Crecer en el movimiento escultórico es crecer culturalmente, es aupar a una ciudad ecléctica, que no puede exhibir elementos coloniales de su arquitectura, por haber sido incinerada tres veces por la tea mambisa. Pero también es elevar su autenticidad en el arte tridimensional.

 



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