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El rincón de El Guayabero

El rincón de El Guayabero

 

Por Graciela Guerrero Garay       Fotos: De la Autora

Diciembre es tremendo. Tal vez por tantas cosas juntas fue el elegido para terminar el año, lo que no quiere decir exactamente que haga desaparecer ese almanaque al cual le hicimos cruces, día a día, unas veces con nostalgias, otras con alegrías, esperanzas, retos, fracasos… la vida, un himno hermoso por muchas piedras puntiagudas que nos pinchen los pies.

No fue exactamente el mes de cierre del 2015 el que desnudó ante mis ojos a una de las figuras más populares de la música cubana, sino un documental grabado por un colega y el cual vimos en uno de esos debates de “raíces” identitarias que traen ciertas catarsis camaraderiles. El Guayabero, el rey del doble sentido, nos devolvía esa riqueza cubanísima diseñada, al parecer, para cualquier momento de las fiestas navideñas.   

Habla de El Guayabero, me dijo la abuela de mi amigo Tony. Es bueno que la gente nunca olvide. Le di la razón y “Marieta”, su canción más famosa, hizo que el taburete del tío Carlos sirviera de tambor. Nació la guitarra imaginaria de María, la esposa de Tony, y él y yo con nuestras “arritmias vocales” empezamos aquello de…” a mi me gusta que baile Marieta…” 

Me cercioré al llegar a casa de que tenía unas fotos de EL Rincón del El Guayabero, en el hotel Blau Costa Verde  de la provincia de Holguín, donde una escultura regala su imagen en medio de un ranchón de guano,  muy nuestro también. No supe quien esculpió su figura altiva, delgada, con el inseparable sombrero de pajilla, por lo rápida de mi estancia allí. Empero, me llenó de vigor tal gesto de homenaje a quien desde la más temprana edad se enfrentó a tantos diciembres y marcó el pentagrama de Cuba.

Faustino Oramas, su nombre de pila, nació un 4 de junio de 1911 en el oriental territorio de marras, donde de manera autodidacta se acercó a la música. A los 15 años empezó con las maracas  y el canto en el septeto de Benigno Mesa, La Tropical, aunque cuentan que su primer oficio fue de tipógrafo en una imprenta.

Lleno de un gracejo propio, sus canciones son reales y están relacionadas con sucesos que movieron sus musas y su tres, instrumento que jamás lo abandonó y fue el testigo ocular de las letras y melodías que compuso. Con tantas anécdotas como su vida misma, muchos le califican como un clásico del son montuno. Este 20 de Diciembre, Día de la Cultura Nacional,  los sones y guarachas que le debemos reviven la picardía que marcan el presente popular de la Isla de hoy.

De cualquier manera- como los grandes de los siglos de los siglos- no se fue ni irá jamás. Los cubanos de ayer gozan con su “Marieta”. O ríen con aquello de “yo vi en Santa Lucia/bañarse en un arroyo/a una vieja que tenía/cuatro pelitos en el moño/”, pero la de ahora, aunque vaya detrás de un reguetón o se empape de sudor en una discoteca, repite sus estribillos y tamborilea sobre la mesa al compás de “en Guayabero me quieren dar…”

Es Cuba, sencillamente Cuba, pegada al tres y a un picardioso Faustino Oramas…el inmortal sonero que confesó: “Mañana me voy a Sibanicú”, sin saber quizás en ese instante que enlazaba con su voz al mundo entero y vestía de oro para siempre a la música tradicional cubana.

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