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La mambisa de las manos finas se llama Elvira

La mambisa de las manos finas se llama Elvira

 

Por Graciela Guerrero Garay    Fotos: De la Autora

Es bonita. Los 105 años no le han quitado aquel donaire con que montaba el caballo para venir desde Becerra a Las Tunas y ayudar a los rebeldes. Traía en los ojos las influencias patrióticas y las raíces mambisas de los padres de su esposo. Nolasco Rivera, el suegro, peleó bajo las órdenes de Antonio Maceo, en tanto Francisca Ruíz, la suegra, cocía la ropa y cocinaba para la tropa.

La finca siempre parió frutos para defender la independencia y Elvira Pérez Pérez no olvida aquellos tiempos, aunque sus hijos tengan que hablarle un poco alto para que escuche y ella cuente, pausadamente, sus memorias. Sonríe. Este 16 de septiembre le celebraron el cumpleaños. Es un día de fiesta, entonces decide que la entrevista sea después. La complacemos.

-          ¿Feliz…?

-          “Sí, me dan mucho amor”.

Mira a los tres hijos que le quedan vivos de los siete que tuvo. Habla de Julio, el esposo, con un brillo en el iris que los calendarios no le pueden quitar. Era un luchador incansable y sacaba a la tierra las mejores cosechas, como la leche a las vacas y la  convertía en quesos para traerlos a esta ciudad y apoyar a la gente del Movimiento 26 de Julio.

Hace un gesto y su hijo mayor, Reinerio, de 86 años, cuenta que se ponía bien linda y escondía los quesos en los pantalones, mientras las avionetas batistianas   sobrevolaban sobre su cabeza. Quizás nunca imaginaron los esbirros que esa jinete tan elegante iba a cumplir una revolucionaria y arriesgada misión.

-          ¿Gustos?

-          “El pollo y el puerco asado, con vianda”.

Ahora es Dilma, la hija con quien vive en el reparto Casa Piedra de esta ciudad Balcón del Oriente, quien le acaricia su arreglado cabello color miel y dice: “Cuando joven comía de todo, pero sentía predilección por el arroz con gallina. Trabajaba a la par de papá y nunca padeció de nada. Ahora tampoco. Jamás ha dejado de ser presumida. Hay que pintarle el pelo y las uñas, te lo exige, y le encantan los vestidos de flores. Nada de batas de casa. Bonita y pintada tengo que tenerla todos los días.”

-          ¿Nietos?

-          Catorce.  Busca con la mirada a su alrededor, mientras parece que contará con los dedos los nombres y rostros que le vienen a la mente.  José, el otro hijo, le indica que no se equivocó y agrega que tiene 29 bisnietos y 11 tataranietos.

Hay amor por todos los rincones de la sala, quizás el que no deja que Elvira sienta el peso de la centuria que una presiente existe cuando los años huelen a un siglo y otros pocos más. Chistes, anécdotas, recuerdos… una larga trenza de alegría familiar que contagia y está incrustada en las luchas de la independencia de Cuba, donde esta anciana tunera disfruta la vida entre silencios y voces.

Allá en una finca llamada Guanito, en el poblado de Becerra, cercano a esta capital de Las Tunas, tampoco olvidan a los Rivera Pérez. El 16 de septiembre de 1910 el primer grito de Elvira traía sin dudas fuerza de estirpe buena, esa que engrandece hoy la historia de la Patria y enseña que a cualquier edad la felicidad se atrapa. Basta no llenar la vida de artificios y entregar cada segundo mucho cariño y lo mejor del corazón. 

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