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Ser diabético no es una maldición en Cuba

Ser diabético no es una maldición en Cuba

 

Por Graciela Guerrero Garay

Cuando le diagnosticaron la diabetes no le cayó el mundo encima. Sabía que podía contar con el glucómetro, las tiras reactivas, la insulina e, incluso, recibir asesoramiento de la enfermera o el Médico de la Familia para inyectarse en casa.

Su verdadero problema era controlarse la boca y renunciar a los dulces, algo que, cual niño pequeño, le pone las papilas gustativas en su punto. Julia La O  Zayas no es la única cubana que se beneficia con el programa especial de atención que reciben estos enfermos en el país.

Más ahora que, gracias al prestigioso y probado medicamento Heberprot-P, las amputaciones por úlceras de pie diabético descendieron a parámetros que rondan el 80 por ciento y hay fortalezas en la atención, temprana y controlada, de las complicaciones asociadas a la Diabetes Mellitus.

Son experiencias cubanas dignas a tener en cuenta en cualquier parte del mundo, donde el número de diabéticos supera los 371 millones y el padecimiento causa la muerte a una persona cada siete segundos, en tanto la tendencia según datos de la Federación Internacional de Diabetes es llegar a unos 500 para el 2030.

Con más de una década, el programa incluye a las embarazadas, adolescentes y niños enfermos,  alrededor de mil en el país, y contempla programas educativos y recreativos de convivencia, en los cuales la familia es el pilar esencial de los objetivos, para que aprendan a tener una mejor calidad de vida, desarrollen habilidades en el manejo de la dieta y la insulina y conozcan sus limitaciones reales.

En este sentido, diecinueve Centros de Atención y Educación al Diabético por toda la nación contribuyen de manera eficaz a mantener los controles de los pacientes y ayudarlos a llevar una vida en equilibrio, aún cuando el mal está considerado como uno de los mayores desafíos de salud en el siglo XXI y puede causar ceguera, ataques cardíacos, insuficiencia renal y amputaciones.

Gracias a ello, la tunera Julia La O sabe las mínimas señales de su cuerpo, toma las previsiones médicas indicadas y está tranquila. Su dolencia es complicada – no lo subestima-, pero tampoco le impide ser una mujer feliz, activa y confiada en que la atención gratuita que recibe la hace sentir segura y con mayores esperanzas de vida.

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